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Los vieneses tienen fama de ser gente amable que aun en las peores circunstancias evitan herir a los demás. Sin embargo, las noticias que llegan de Viena, donde la vida cultural ya se ha normalizado, cuentan de una abucheada increíble en la presentación en la ópera de esa ciudad de Tristán e Isolda, de Wagner. El blanco de esa sonora señal de desaprobación no es de sorprenderse. Fue el consabido Calixto Bieito, un director escénico que parece haber dedicado su vida a tergiversar las creaciones de obras maestras de los grandes compositores operáticos del pasado.
Ya aquí tuvimos que sufrir una Carmen montada por él, donde cuando se cantaba acerca de plazas llenas con gente que viene y va, no pasaba por el escenario una sola alma. La taberna de Lillas Pastia, donde los personajes se reúnen, fue cambiada por un picnic campestre y la pobre Carmen no solo era asesinada por su amante rechazado sino que tenía que pasar por la degradación de no poder defenderse. Ya Bieito había armado un escándalo en Berlín cuando decidió, en forma misteriosa, que el serrallo de la ópera de Mozart no era el harem de un monarca oriental, sino un vulgar prostíbulo para el cual reclutó como comparsas a las damas de la noche berlinesas. Sus ideas sobre La fuerza del destino eran tan extremas que en la Ópera Metropolitana de Nueva York, donde lo iba a presentar, decidieron sabiamente cancelar el contrato.
Pero parece que Bieito rebasó todas sus exageraciones anteriores con lo que acaba de hacer en Viena con Tristán, ya que todo se desarrollaba en columpios que no paraban, donde en forma continua había desnudeces injustificadas y los cantantes desaparecían detrás de moles que aparecían porque sí. El resultado fue un abucheo de tal tamaño que la prensa vienesa lo bautizó de histórico, ya que nunca se había oído algo semejante en el venerable recinto lírico vienés.
Esto parece indicar que los públicos comienzan a rebelarse contra esas tergiversaciones a los deseos claramente expresados por el autor. Eso quiere decir que es probable que en el futuro, sin que se impidan ideas novedosas de interpretar cada ópera, esos vulgares cambios a los conceptos de los creadores sean rechazados y la audiencia, los directores orquestales y cantantes se nieguen a aceptar los caprichos de esos arrogantes que creen saber más que los libretistas y compositores de esas obras de arte.
