Uno pensaría que después de la estrambótica creación de la inútil y redundante ciclovía por la carrera séptima (porque hay otra a pocos metros por la carrera 11), por la cual eventualmente pasan unos pocos ciclistas, no se podrían hacer mayores atentados que este a la movilidad bogotana. Quitaron todo un carril para autos (por 80 kilómetros, dicen), donde según los expertos podrían desplazarse casi 2.000 carros adicionales, y lograron que un corto recorrido de 20 cuadras que antes se hacía en menos de 10 minutos ahora tome casi una hora.
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Pero las autoridades distritales se han lucido, ya que han encontrado una amenaza peor para el bogotano y es crear un no menos estrambótico corredor verde por toda la carrera séptima, que si se hace logrará que la movilidad bogotana colapse.
Contra ese caprichoso y peligroso proyecto un grupo de ciudadanos pacíficos, vecinos del Museo del Chicó, salieron a protestar y expresar su desaprobación ante esa locura. Todos ellos gente entre joven y madura, buenas señoras de casa y personas que jamás han lanzado una bomba molotov ni han hecho vandalismo contra los bienes comunes. La reacción fue furibunda. Mandaron contra ese grupo pacífico que a nadie hacía daño una patrulla del Esmad, que procedió a atacar con bombas lacrimógenas a esa gente inofensiva (entre la que se contaban, debo decirlo, parientes y amigos míos) que usaba su derecho a la protesta, porque la gente decente también tiene ese derecho.
Este abuso muestra entonces que los proyectos, por absurdos que sean, los quieren imponer a las buenas o a las malas y que a la inmensa mayoría que no comulgamos con esas ideas de cerrar la ciudad al tráfico seremos víctimas, al no ser parte de los “pela’os de mi corazón”.
