Las noticias informan que en Londres, dentro de un movimiento para borrar recuerdos racistas, destrozaron estatuas de Lincoln, Mahatma Gandhi y Churchill. Igualmente, en una lista proporcionada por activistas, están en turno para ser derribados monumentos a Colón. La cosa ha llegado al extremo de que estudiantes en una universidad africana han pedido que se eliminen de los estudios de filosofía los nombres de Kant, Platón, Hegel y Descartes porque eran blancos. El primer ministro de Reino Unido, Boris Johnson, se ha opuesto a esos movimientos al decir que derribar estatuas es “mentir sobre nuestra historia y empobrecer la educación de generaciones futuras”. Lo malo es que se trata de extremistas sin criterio pero a quienes están tomando excesivamente en serio, ya sea por miedo a parecer racistas o porque no se dan cuenta de lo absurdo de esas posiciones.
Pero lo curioso de esos movimientos supuestamente antirracistas es que no hayan hecho nada para atacar otras manifestaciones de racismo y de persecución de minorías, como la hecha contra los kurdos en Siria, Turquía e Irán. Lo que pasa es que políticos cobardes prefieren el camino del apaciguamiento y por eso hacen genuflexiones ante los vándalos, que parecen estar ganando sus batallas. Los mismos vándalos que entre nosotros destrozan estaciones de transporte público, con idéntica reacción apaciguadora de algunas autoridades y dirigentes políticos.
Se está repitiendo el pronóstico de Orwell cuando escribió en su pesadilla futurista 1984 que “cada hecho histórico es falsificado; cada libro, reescrito; cada imagen, ocultada; cada estatua y edificio de la calle, rebautizado; cada fecha alterada…”.
Es cierto: hay que luchar contra el racismo, pero no se puede caer en extremos y aceptar estos intentos repugnantes de acabar con la historia y las tradiciones occidentales.
Las noticias informan que en Londres, dentro de un movimiento para borrar recuerdos racistas, destrozaron estatuas de Lincoln, Mahatma Gandhi y Churchill. Igualmente, en una lista proporcionada por activistas, están en turno para ser derribados monumentos a Colón. La cosa ha llegado al extremo de que estudiantes en una universidad africana han pedido que se eliminen de los estudios de filosofía los nombres de Kant, Platón, Hegel y Descartes porque eran blancos. El primer ministro de Reino Unido, Boris Johnson, se ha opuesto a esos movimientos al decir que derribar estatuas es “mentir sobre nuestra historia y empobrecer la educación de generaciones futuras”. Lo malo es que se trata de extremistas sin criterio pero a quienes están tomando excesivamente en serio, ya sea por miedo a parecer racistas o porque no se dan cuenta de lo absurdo de esas posiciones.
Pero lo curioso de esos movimientos supuestamente antirracistas es que no hayan hecho nada para atacar otras manifestaciones de racismo y de persecución de minorías, como la hecha contra los kurdos en Siria, Turquía e Irán. Lo que pasa es que políticos cobardes prefieren el camino del apaciguamiento y por eso hacen genuflexiones ante los vándalos, que parecen estar ganando sus batallas. Los mismos vándalos que entre nosotros destrozan estaciones de transporte público, con idéntica reacción apaciguadora de algunas autoridades y dirigentes políticos.
Se está repitiendo el pronóstico de Orwell cuando escribió en su pesadilla futurista 1984 que “cada hecho histórico es falsificado; cada libro, reescrito; cada imagen, ocultada; cada estatua y edificio de la calle, rebautizado; cada fecha alterada…”.
Es cierto: hay que luchar contra el racismo, pero no se puede caer en extremos y aceptar estos intentos repugnantes de acabar con la historia y las tradiciones occidentales.