En una ciudad polaca se celebra anualmente un concurso musical en homenaje a uno de los grandes compositores de ese país, Karol Szimanowski. Aunque su obra no es muy conocida en nuestros días, en sus tiempos fue el músico a quien ponían a la altura de Chopin como el segundo más grande músico polaco. En su honor se creó este concurso, en el que participan pianistas, violinistas, cuartetos de cuerda y cantantes, además de un concurso paralelo de composición. En los pocos años que esta competencia ha tenido lugar, ha adquirido un merecido prestigio por la alta calidad de los participantes.
En estos días debería tener lugar el concurso Szimanowski de este año, pero a último momento los organizadores decidieron tomar la extraña decisión de que, en vista de la situación política internacional, ningún participante en el evento podría interpretar música de compositores rusos. Esta sorprendente medida trajo como consecuencia inmediata la renuncia de uno de los miembros del jurado y la crítica casi unánime de los medios musicales mundiales.
La razón del rechazo a la medida es clara. Ni Tchaikovsky, ni Mussorgsky, ni Rimsky-Korsakov, para citar solo algunos, tienen la culpa de que Rusia haya invadido Ucrania y mezclar en esa forma una circunstancia política con un evento musical no tiene la más mínima lógica que pueda aducirse en defensa de esa resolución. Lamentablemente el mundo está llevando a extremos absurdos esto de la corrección política, hasta el punto de que en las casas de ópera tienen miedo de representar obras como Madame Butterfly o Turandot, porque hay quienes afirman que estas solo deben ser interpretadas por cantantes asiáticos y que solo un cantante negro puede estar en el Otelo de Verdi. Esto se parece a lo que hace algún tiempo sucedió en universidades africanas, donde en sus facultades de filosofía dejaron de enseñar a filósofos como Hegel y Kant, dizque porque ellos representaban la represión de los blancos.
Yo y muchos más estamos de acuerdo con que este debería ser un universo libre de prejuicios de cualquier índole, pero lo que está sucediendo es que todo se está llevando a extremos absurdos y en aras de una supuesta corrección política se está acabando con muchos de los grandes tesoros de nuestra civilización. El ejemplo que acaba de dar el Concurso Szimanowski es algo que se debe deplorar de la manera más profunda y esperar que estos absurdos no se repitan.