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El mundillo de la ópera se vio sacudido hace unos días por un caso insólito que algunos llaman de censura artística y otros, quizá más realistas, lo bautizan aseo.
Se trata de que en la ciudad alemana de Stuttgart se estrenó una versión del Tannhäuser wagneriano (el mismo que se nos promete para la temporada de ópera de este año), que comenzaba con el protagonista vestido de oficial nazi, asesinando a algunos inocentes. Este fue sólo el principio, y lo demás continuó con más nazis haciendo crímenes y torturando a sus víctimas en una versión donde la sangre corría por borbotones. La protesta del público ante esa presentación tan repugnante fue tan unánime que la casa de ópera de la ciudad juzgó prudente cancelar las demás funciones y se armó la polémica.
Vale la pena recordar que Tannhäuser tiene como argumento el caso de un caballero que después de haber tenido toda clase de placeres con la diosa Venus en su morada, decide volver a su amada terrenal, Isabel, y para ganar su mano gana un concurso de trovadores. El recuerdo de Venus es tan profundo que hace un elogio de ella y cuando se da cuenta de su “metida de pata” se convierte en un peregrino que muere cuando encuentra el perdón. Como se ve, se trata de una leyenda de la Edad Media, época en que los nazis, a pesar de parecer bárbaros medievales, no existían.
Pero haber convertido lo descrito en una indirecta apología del nazismo (¡y en nada menos que en Alemania!) es ejemplo de una tendencia que ha crecido en los últimos tiempos y que ha sido bautizado como Eurotrash (eurobasura). En ella el director escénico deja su labor de intérprete, que en últimas es la de mostrar qué quisieron expresar el compositor y el libretista, y se inventa una cantidad de situaciones que son una traición al concepto del artista creador, quien seguramente sabía más sobre lo que quería decir que cualquier regista arrogante. Aquí en Bogotá vimos un ejemplo de esa eurobasura con una Carmen que se presentó el año pasado, que nada tenía que ver con el original. Esta tendencia de tomar obras maestras para servir los caprichos de una persona que está en trance de querer mostrar originalidad, ha llegado a extremos como este que se comenta de hacer óperas medievales con localizaciones nazis. Es bueno que el público se haya manifestado y haya obligado a la casa de ópera a que retire esas tergiversaciones que, cuando no son ridículas, son desagradables. Ya es el momento de que se acabe con esa eurobasura y lo que sucedió en Stuttgart es un primer paso bienvenido.
