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El conocido iconoclasta Schmutz von Drert, director del Gran Teatro de la Pequeña Pomerania, ha puesto su nombre en la lista de gente admirada por quienes entienden que si el arte no responde a inquietudes contemporáneas, no tiene razón de existir, y por eso ha sido aplaudido por todos los movimientos de vanguardia de Corea del Norte y de los Emiratos Árabes. Su interpretación de la Sinfonía de los Adioses de Haydn, en donde los músicos, en lugar de abandonar el escenario, van entrando uno a uno en el último movimiento, ha sido justamente celebrada, igual que su versión de cámara de la Sinfonía de los Mil de Mahler. Sus transcripciones de los conciertos para piano de Mozart para solo de tuba merecieron primera página en el periódico Le Descrest y todos hablan de la Chacona de Bach, que presentó tocada por un grupo de 57 ocarinas.
En el campo de la ópera, Von Drert ha hecho igualmente presentaciones únicas, de las que aún se recuerda su Madame Butterfly, que no se desarrolla en Japón sino en una plantación de tabaco del Sur de Estados Unidos y en la cual la protagonista, en vez de suicidarse, mata a Pinkerton, mientras que el hijo agita banderas de protesta contra el imperialismo. Su creatividad al descubrir que en el segundo acto de El trovador Leonora en realidad no se refugia en un convento sino en una casa de citas, donde las prostitutas esconden a la heroína, ha sido justamente celebrada. En La traviata de Schmutz, Violeta no es una dama de la vida alegre sino una muchacha de buena familia que ha sido descarriada por Germont, y Alfredo es quien se beneficia económicamente de ella. Afirma que como Carmen y El barbero de Sevilla transcurren en la misma ciudad, se pueden montar simultáneamente y los contrabandistas en realidad son narcotraficantes. Aquí Fígaro denuncia al Conde ante la DEA y Rosina acaba casándose con el amor de toda su vida, el torero Escamillo, quien se retira del ruedo para montar una fábrica de chorizos.
Pero lo que es la culminación de la carrera de Schmutz von Drert es el concierto con su versión contemporánea de la Novena sinfonía de Beethoven. Para hacerla bien moderna, los violines han sido reemplazados por guitarras eléctricas y los timbales por una batería. El coro sale con disfraces de payasos, ya que se trata de una oda a la alegría, y el tiempo del tercer movimiento, que a Von Drert le ha parecido muy lento y aburrido, es ahora un allegro lleno de síncopas. La crítica especializada se ha apresurado a celebrar esta idea donde las correcciones a Beethoven se justifican porque así la gente del siglo XXI puede comprenderlo. Hay quienes auguran que la Novena sinfonía de ahora en adelante no se interpretará en su versión original sino en esta de Von Drert.
Me imagino que a estas alturas ya los lectores se habrán dado cuenta de que todo lo anterior es un invento de este columnista y que afortunadamente Schmutz von Drert es un personaje de su imaginación. Pero vistas las cosas que están pasando en muchas partes, de pronto lo descrito se vuelve realidad.
