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Cuando Quevedo llamó a Góngora narigón (“Érase un hombre a una nariz pegado…”) lo que quería insinuar era que era judío, que para Quevedo era el insulto final. Góngora no se quedó atrás y, además de burlarse de la cojera de Quevedo, agregó que era un farsante que decía haber traducido del griego sin saber griego. Poemas fueron y vinieron cada uno peor que el anterior, y así se inició una de las primeras controversias entre escritores que han marcado la historia de la literatura a todo su largo.
Eso de que los escritores se den palo los unos a los otros ha sido una constante literaria. El mismo Lope dijo de Cervantes que, aunque no era un buen siglo el suyo para poetas, no había ninguno tan malo como Cervantes ni ninguno tan necio que fuera a alabar a Don Quijote. Ya quisiera Lope haberlo escrito. En nuestros tiempos Roberto Bolaño dijo de Isabel Allende que no quería llamarla mala escritora porque eso implicaba que era escritora, cuando no pasaba de ser escribidora, mientras que la Allende afirmaba que “eché una mirada a un par de sus libros y me aburrió espantosamente”. A Baudrillard, Debord lo llamó “idiota, bufón de los medios y ejemplo de piojo intelectual”, y Ezra Pound opinó que Chesterton era como “la vil capa de escoria de un estante”. Ortega y Gasset llamó a Salvador de Madariaga “idiota en cinco idiomas”, mientras que el autor de Lolita, Nabokov, opinaba que Dostoyevsky era “escritor bastante mediocre con destellos separados por vulgaridad” y el novelista británico Evelyn Waugh consideraba a Proust retrasado mental. No hay que olvidar que el Nobel André Gide rechazó el primer tomo de En busca del tiempo perdido cuando asesoraba una editorial y que Conolly se burlaba de Orwell diciendo que él “no podía sonarse la nariz sin comenzar a moralizar sobre la industria de los pañuelos”.
García Márquez fue víctima de la incomprensión en sus primeros tiempos. Fue rechazado por la editorial Losada, que le sugirió al novelista que su obra no era publicable y que, por lo tanto, debía buscar otro oficio. Cuando ganó el Premio Esso de novela en esos tiempos con La Mala Hora, un corrector de pruebas de la imprenta española que lo publicó consideró que la obra estaba mal escrita y procedió a corregirla. García Márquez furioso pidió que la edición se recogiera, y así se hizo. Quizás un ejemplo extremo y literal de este palo de un escritor a otro fue cuando los dos Nobel, García Márquez y Vargas Llosa, se agarraron a puños.
Posiblemente sea envidia o la creencia de que el crítico es el único que sabe lo que es escribir, pero lo cierto es que esa tradición que originaron Quevedo y Góngora posiblemente siga por todo el tiempo en que haya quien escriba algo, no importa lo bien o mal que lo haga.
