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Después de la abrupta y aún no bien explicada renuncia del director anterior, la Orquesta Filarmónica de Bogotá ha finalizado un proceso de selección, que a juzgar por las descripciones, fue bastante serio y ha nombrado un nuevo director de planta para la agrupación.
Esta es una buena noticia para los melófilos bogotanos, porque una orquesta sin director permanente es una orquesta que no puede adquirir personalidad propia, que va un poco a la deriva ya que no existe una cabeza que dé continuidad artística a lo que se hace. El lamentable experimento de la Sinfónica de dividir las responsabilidades directorales entre una troika, de muy buenos músicos individualmente, pero que obviamente tienen puntos de vista y conceptos diferentes, lo cual causa el caos, se reconoce en forma unánime que no fue muy exitoso y por eso se están corrigiendo en este caso también los pasos errados.
Hay que decir, sin embargo, que es de esperar que al director nombrado le den mano libre para el desarrollo de la agrupación. Un director orquestal entre nosotros debe ser no sólo muy buen intérprete, sino también un educador tanto del público como de los mismos miembros de la orquesta. Si al director elegido le imponen exceso de restricciones, es poco lo que podrá hacer y es de esperar que las necesidades laborales de los miembros de la orquesta no tengan prelación sobre sus deberes artísticos, como infortunadamente ha sucedido en el pasado.
En la programación se deben incluir no sólo los caballitos de batalla orquestales (y evitar esos extraños conciertos pop con obras fáciles que no corresponden a un orquesta que se respete), sino repertorio nuevo y dar énfasis a las creaciones de los compositores colombianos, para que igualmente se desarrolle el talento creativo que existe, pero que no tiene oportunidad de manifestarse.
Desde luego, le preocupa a uno que las obligaciones del director sólo se cumplan por un número limitado de semanas en el año, por que eso resta continuidad a su labor. Quiérase o no, los mejores tiempos tanto de la Filarmónica como de la Sinfónica fueron cuando hubo director permanente que sí tenía permanencia y no dejaba la batuta para cumplir con otros compromisos en otros lugares. Pero al menos, con el nombramiento del nuevo director se acaba en parte la interinidad que había y que no dejaba que la agrupación progresara como debiera. Ojalá suceda lo mismo y muy pronto con la Sinfónica, y así volveremos a tener entre nosotros dos conjuntos de los que podamos enorgullecernos.
