Es muy lamentable la escogencia que los grupos teatrales bogotanos están haciendo de su repertorio. Muy raras veces tenemos la oportunidad de ver las grandes obras clásicas del teatro, ya que la mayoría de las salas de la capital se han dedicado a presentar obras comerciales, muchas de ellas muy agradables, es cierto, pero que aparte de eso son efímeras, no trasmiten ningún mensaje como debe hacerlo una obra de arte, y definitivamente se olvidan al poco tiempo de verlas. En una época, en especial durante la vida de la inolvidable Fanny Mikey, claro que también había obras comerciales ya que ellas hacen al teatro viable económicamente, pero ellas alternaban con grandes obras maestras de ayer y de hoy. Fue así como vimos La Celestina, La muerte de un viajante, obras maestras de Molière, Shakespeare, Wilde y Behan, y muchas de esas representaciones dieron fe de los avances actorales y técnicos de la escena nacional.
Muchas salas presentan, y eso es laudable, nuevas obras colombianas, pero al no tener el público el contexto del gran teatro de ayer es difícil asimilarlas. Igualmente se ha puesto de moda montar adaptaciones de novelas, como si la historia del teatro no tuviera piezas de trascendencia que vale más la pena montar que esas adaptaciones.
Sin el respaldo del teatro clásico y moderno importante es imposible crear públicos, y se está privando a la audiencia de conocer obras maestras que muchas de las compañías nacionales tienen los recursos para interpretar. Es por eso que se está haciendo esta invitación a los intérpretes teatrales de la ciudad y del país a que comiencen a incorporar al repertorio de sus presentaciones el gran teatro de todos los tiempos, con la seguridad que los públicos sabrán responder a esas iniciativas.