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Un pintor, con tener una pared, puede dar a conocer su obra, y a un escritor no le resulta demasiado difícil publicar lo que escribió, pero un músico necesita de un intérprete para que el público conozca lo que ha hecho, y cuando los que lógicamente deberían tocar obras colombianas no lo hacen, no solo están cometiendo una injusticia, sino que no están cumpliendo con su deber hacia la cultura nacional.
Uno está echando de menos en los programas de la Filarmónica y de la Sinfónica, nuestras dos máximas entidades musicales permanentes, programación de autores colombianos. No hablemos de las obras nuevas que se están creando, muchas de ellas de gran interés y que muestran que el movimiento musical colombiano sigue en desarrollo, contra todos los obstáculos —uno de los cuales, y no el menor, es la falta de oportunidad de dar a conocer las creaciones—. También hay que recordar que hay literalmente docenas de compositores colombianos que hicieron música de mérito en el pasado y ellos sí que parecen condenados al olvido. Esta no es solo una injusticia sino también mala política cultural que debería ser corregida.
¿Hace cuánto que no se programa en los conciertos sinfónicos una sinfonía de Uribe Holguín? ¿Dónde están las obras de González Zuleta o de Pineda Duque? Y hay obras de Rozo Contreras, de Alex Tobar, de Blas Emilio Atehortúa y tantos otros que, sin duda, merecerían ser revividas.
Es por tanto necesario que se cree una política de interpretación de música culta colombiana ya que, si no lo hacen nuestras dos orquestas principales, nadie lo hará. Esta es entonces una invitación para que se corrija la omisión mencionada, lo cual es básico para que la música de nuestro país sea difundida y la creación artística no se acabe.
