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La historia del cine tiene muchísimas cintas que se podrían llamar básicas, por lo que ellas han aportado al desarrollo de ese arte. Precisamente una de las características de los grandes directores es que cada uno de sus filmes puede considerarse como una lección objetiva que marca el rumbo para lo que vendrá después. Directores como Orson Welles, como Billy Wilder, como Hitchcock, como Lynch, como Altman y muchos otros pioneros mostraron en sus realizaciones formas novedosas para aprovechar los recursos de la cinematografía y abrieron caminos que otros desarrollarían para el bien de la creación fílmica.
Precisamente este año se cumple el centenario del estreno de dos filmes, que aún hoy día, cien años después, son parangón de lo grande que puede ser el cine. El que ambas sean películas mudas y en blanco y negro no resta un ápice a su importancia y ellas se pueden ver y nunca dejan de mostrar una profunda experiencia, en la que cada vez que se ven se les encuentra algo nuevo.
Esas cintas a las que me refiero las conocen muy bien cualquier aficionado. Son, por un lado, la inmensa creación de Sergio Eisenstein El acorazado Potemkin y por el otro, La fiebre del oro, de Charles Chaplin. Ambas fueron estrenadas en 1925 y siguen teniendo vigencia en nuestros días, un siglo después. Invariablemente, figuran en todas las listas de las grandes películas de la historia y no hay director de importancia que no diga que ellas han influido en sus creaciones.
Potemkin, la historia de la rebelión de los tripulantes de un barco de guerra contra sus oficiales, que los han mantenido en condiciones repugnantes, muestra de manera enfática la manera como el montaje cinematográfico puede desarrollas una historia de una manera que es peculiar y única. Su escena en las escaleras de Odesa, es algo que cien años después, posiblemente nadie ha podido sobrepasar. Por su parte, en la película de Chaplin, la historia que combina drama y comedia en forma superlativa, ha sido ejemplo para muchos seguidores. No en balde la consideran en la cúspide de la inmensa producción de Chaplin, que pudo igualar pero nunca sobrepasar esta obra maestra.
Yo, personalmente, tomaré este centenario como pretexto para volver a ver estas dos cintas, básicas de la tradición cinematográfica de todos los tiempos. Estoy seguro de que serán muchos los aficionados al séptimo arte que harán lo mismo, para admirar estas obras maestras del arte de todos los tiempos.
