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La vuelta de espectáculos en vivo en el Teatro Santo Domingo incluyó una interesante noche de ballet a cargo del Ballet Canadiense de Montreal. Esta es una compañía que se ha destacado por ser de gran imaginación y eso se vio en el programa que presentaron, donde contrastaron dos obras maestras: una del barroco y la otra del romanticismo, traducidas en términos de baile, ante un público que llenó la sala dentro de los límites ordenados por la pandemia.
La obra inicial fue el severo Stabat mater, de Pergolesi, pequeña obra maestra que, según la leyenda, fue compuesta por el músico en su lecho de muerte. Es una creación austera, para cuerdas y dos sopranos y alrededor de ella el coreógrafo Edward Clug imaginó una continua pugna entre los bailarines, vestidos de negro y agresivos y la respuesta pacífica de las bailarinas que se tradujo en momentos coreográficos interesantes con momentos de composición escénica de gran imaginación. A pesar de ser un tanto repetitiva a ratos, este es un ballet de alta categoría que presenta una figura nueva de gran interés.
Siguió la versión en danza por Uwe Schulz de la Séptima sinfonía de Beethoven. Quizá porque Wagner la bautizó “apoteosis de la danza”, esta sinfonía ha atraído a los coreógrafos y hay numerosas versiones, entre ellas la de Twyla Tharp y la de una recordada película argentina de los años 40 llamada Donde mueren las palabras. La versión de Schulz, cuya muerte a temprana edad, en 2004, privó al mundo del ballet de un artista de gran imaginación, combina el neoclasicismo, con las bailarinas danzando en punta, con un concepto moderno y elegante.
Fue una atractiva velada de ballet, recibida con entusiasmo por el público y una muestra de lo necesarios que son los espectáculos en vivo con presencia real del público para gozar de las artes.
