El artes y la cultura

“El caballero de la rosa” en Bogotá

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Manuel Drezner
03 de septiembre de 2018 - 02:00 a. m.
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El caballero de la rosa, de Richard Strauss, una de las óperas más importantes del siglo XX, por fin llegó a Bogotá en coproducción del Teatro Santo Domingo y la Ópera de Colombia, en una versión que puede ser aprobada, ya que aunque tuvo bemoles que se mencionarán, en su conjunto fue digna y la catástrofe que algunos pesimistas temían estuvo lejos de suceder. La verdad es que es una comedia de longitud wagneriana, con toques de humor vienés que a muchos se les pueden escapar, pero con música de gran belleza y momentos dramáticos que, gracias al libreto de Hugo von Hofmannsthal, son interesantes. Muchos han interpretado esta obra como un canto de resignación a la vejez, en especial cuando se encuentra con el amor joven, mientras que otros anotan que el libretista, de origen judío, estaba satirizando a la nobleza que creía que su sangre azul justificaba su rechazo a la intelectualidad, que era superior desde todo punto de vista.

En la versión que vimos aquí, estas sutilezas se ignoraron y el montaje de Alejandro Chacón se ciñó en forma muy cercana a las indicaciones del libreto, sin mucha imaginación pero con gran respeto, excepto en momentos en que se cayó en la farsa ilógica, donde La Mariscala perdía un poco de la dignidad que debe tener a todo lo largo de la representación. Se olvidó que el único personaje grotesco de la obra es el barón Ochs y le transmitieron sus características en forma indebida a otros. Por su parte, la escenografía era bastante pobre y es difícil imaginar que la alcoba de quien, en el fondo, es la soberana austriaca tuviera esa decoración que podríamos definir como burguesa, que se usó también en el que debe ser el castillo de Faninal. Se abusó del caballito de batalla de los sirvientes borrachos, que resultaron repetitivos.

La parte musical, bajo la dirección de Josep Caballé-Domenech al frente de la Filarmónica, mostró a un músico que conoce bien la obra y así hubiera momentos de desfase orquestal, en especial en el preludio a la obra, el total fue muy equilibrado, con tiempos satisfactorios y un flujo musical que hizo que la obra se sobrepusiera a los lunares mencionados. Los cantantes, casi todos veteranos de sus papeles, contribuyeron al resultado final.

Es muy bueno que muchas óperas que parecían prohibidas para nuestro medio se estén dando a conocer de primera mano a los aficionados capitalinos y uno ve que la posibilidad de una tetralogía wagneriana en un futuro no lejano, poco a poco, se está aproximando a la realidad, así como varias obras indispensables como Wozzeck y Electra, además de ejemplos de la gran ópera francesa, todo lo cual ya se ve dentro del reino de las posibilidades. Es bueno que el ejemplo de El caballero de la rosa demuestre que es posible hacer representaciones dignas de obras difíciles y haya quien se atreva a hacer lo mencionado.

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