El Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo cerró con broche de oro su programación de este año con una versión del ballet Cascanueces, con música de Tchaikovsky, por el Ballet de Santiago de Chile.
Éste mostró ser un grupo con más énfasis en el conjunto que en la presentación de bailarines estrellas y por eso lo que se vio, con coreografía nueva de Jaime Pinto, se aparta de las versiones habituales, en el sentido de que le da más énfasis al argumento que a las presentaciones de danza. Además cambió algunos conceptos de la versión original. En el principal cambio, el Drosselmeyer, que habitualmente es interpretado por un bailarín de carácter, aquí fue uno de virtuosismo y, de hecho, se incorporó al pas de deux del acto final, que se convirtió así en un pas de trois.
Igualmente, las danzas características pusieron énfasis en los hombres. Por ejemplo, la danza española o la rusa no tuvieron personajes femeninos. Esto no se dice como crítica ya que el espectáculo fue muy hermoso, de buen gusto y agradable, sino para mostrar cómo Cascanueces, de los tres ballets con música de Tchaikovsky (los otros dos son, desde luego, El lago de los cisnes y La bella durmiente) es el que más se presta a variaciones sobre el concepto original. Por esa razón, mientras que en los otros dos ballets usualmente se basan en las coreografías originales, en el caso de Cascanueces hay numerosas versiones coreográficas que no se ciñen demasiado a los conceptos originales.
Pero lo más importante aquí fue ver cómo Chile ha sido capaz de formar una buena compañía de ballet, con presentaciones habituales y frecuentes, no sólo en la capital sino también en provincias, y que ha logrado desarrollar en buena forma el talento nacional. Esto se dice porque existe la frustración de que en Colombia los intentos por crear una compañía nacional de ballet, parte de la cultura de un país, han sido dejados de lado por la escandalosa indiferencia con los esfuerzos que se hicieron en el pasado.
Mientras se dilapida dinero en una compañía de ópera privada donde la relación costo beneficio es mínima, y donde el fomento a los artistas colombianos (razón principal del patrocinio oficial a eventos culturales) se ha olvidado, se descuida la ayuda a los grupos escénicos y de baile que se han intentado crear y que, cuando sobreviven, lo hacen en forma precaria y a punta de sacrificios; aquellos donde los directores, por ejemplo, no cobran extras por asistir a los ensayos de lo que se supone son pagados por dirigir. El ejemplo de este Ballet de Chile, bien podría seguirse entre nosotros.