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En estos días se conmemora el centenario de la muerte de ese escritor único que fue Franz Kafka, uno de los más influyentes creadores literarios de la historia, quien es importante no solo por su obra, sino también por su influencia en otros novelistas, desde García Márquez y Faulkner hasta Borges y Nabokov. De hecho, si se fueran a enumerar todos los que siguieron en una forma u otra los pasos de los cuales Kafka fue pionero, sería como hacer una historia de la literatura del siglo pasado. El realismo mágico, esa mezcla de fantasía y verdad, no hubiera existido sin sus escritos precursores, en especial ese terror que es La transformación, mal traducida como La metamorfosis.
Una característica que hace de la obra de Kafka algo con lo que podemos identificarnos es ese mundo de pesadilla que creó, donde a alguien le hacen un proceso criminal, sin que nunca sepa quién lo acusa ni por qué; o esa sátira a la burocracia que es El castillo, cuyo protagonista no sabe quién lo contrató ni para qué, o esa colección de frustraciones que es la inconclusa América. Si alguien supo reflejar al hombre contemporáneo en sus obras fue precisamente Kafka. Afortunadamente, sus deseos finales a su albacea, Max Brod, de que quemara todos los manuscritos inéditos fue ignorada y gracias a eso se conserva esa gigante contribución a la historia de la literatura que son sus escritos. Pocas conmemoraciones son tan significativas como las de este centenario, que nos permite recordar a un escritor del cual se puede decir sin exageraciones que cambió los rumbos de la literatura. Los homenajes que se están haciendo al gran artista no solo son merecidos, sino que hacen justicia a un hombre que nunca vio en vida el éxito que merecía.
