Este mes largo de encierro ha visto cantidad de discusiones sobre si debe prolongarse, sobre si los mayores deben seguir encarcelados, sobre abrir aeropuertos sobre cadáveres y hasta sobre la posibilidad de que sigamos así hasta fin del año.
Esto trae a cuento lo que acertadamente bautizaron discusiones bizantinas. En Bizancio, uno de los centros religiosos medievales, por siglos se celebraron reuniones para debatir temas tales como el número de ángeles que podían bailar sobre la cabeza de un alfiler o cuál era el sexo de estos ángeles. Mientras tanto, el enemigo otomano estaba en las puertas y sin dificultad pudo conquistar a quienes, antes de preparar su defensa, trataban de que su dogma fuera el que prevaleciera.
Es triste que haya que comparar el Bizancio de ese entonces con lo que pasa entre nosotros. Sí, es cierto que la cuarentena ha sido eficaz para limitar el número de víctimas de la pandemia, pero mientras tanto el país se está yendo al diablo. El desempleo sube día a día, las empresas pequeñas y grandes se ven abocadas a una quiebra inminente, y la única solución que se propone es que sigamos encerrados indefinidamente.
Hay una testarudez de enfoque, ya que solo se está tratando de solucionar el problema de la transmisión de la epidemia y no se piensa en las graves consecuencias que esas decisiones están trayendo no solo a las clases menos favorecidas, sino también a las otras. Si se sigue con este encierro, la gente no va a aguantar morirse de hambre o perder sus posibilidades de sustento y va a explotar con consecuencias que no quiero imaginar. Hay que dejar de ser bizantino y comenzar a ser práctico, ya que estamos ante una situación donde el remedio que se está aplicando parece ser peor que la enfermedad.