Una de las sorpresas que tuve en un viaje reciente a Madrid fue la de asistir en el Teatro de la Zarzuela a una presentación de Carmen de Bizet en una traducción española.
La sorpresa de que hablo es que se trató de algo de alta calidad, con muy buen montaje, cantantes de categoría y muy agradable, contra la creencia de algunos de que traducir una ópera es traicionarla. Lo mejor fue el buen gusto de todo, con escenografías sintéticas que evitaban esos anacrónicos telones pintados que estaban bien en los astracanes de principios del siglo XX, pero que ya hoy día no tienen explicación. Claro que la necesidad de traducir óperas para que públicos que no hablan el idioma las entiendan, algo que preconizaban diversos compositores, ya no es tan necesario hoy día puesto que los subtítulos que usan casi todos los teatros del mundo hacen eficientemente la labor de mostrar la ópera.
No obstante, hay otras casas operáticas que insisten en que todo debe ser presentado en el idioma del lugar. Un ejemplo de esto lo encontré en la Ópera Cómica de Berlín, que todo lo hace en alemán. Esto no ayudó mucho a El sueño de una noche de verano de Britten, que perdió mucha de la cadencia shakesperiana que usó el músico y convirtió una obra sutil en algo pesado. Igualmente La flauta mágica (escrita originalmente en alemán), en el mismo teatro, fue un insigne ejemplo de lo que llaman “eurobasura”, con los cantantes quietos mientras que tontas proyecciones de video distraían de todo. En el otro lado de Berlín, Barenboim dirigió Tosca en el idioma original y fue un triunfo, ya que la orquesta sonó en forma ejemplar y el músico transmitió el drama de esta gran ópera.
Todo lo anterior demuestra que, si las cosas se hacen bien, no importa el idioma y traducir la ópera no la daña necesariamente. Lo que sí las destroza es cuando un director escénico arrogante cree saber más que los creadores, el compositor y el libretista y se toma libertades que traicionan el concepto de quienes seguramente sabían lo que querían cuando la hicieron. Muchas veces eso se debe a ignorancia crasa, ya que montar una ópera implica conocer el libreto y no contradecirlo. Recuerdo una lamentable presentación aquí en Bogotá, donde mientras el coro describía a la muchedumbre que iba y venía por la plaza, el escenario estaba, con excepción de los coristas quietos, completamente vacío.
Es por tanto instructivo ver que no siempre se ha sucumbido al deseo de ser original y confirmar que si no se siguen las indicaciones de los libretos se puede llegar a absurdos como tantos que uno ha visto y que han bautizado con el acertado nombre de trash, o sea, basura.