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El robo de obras de arte

Manuel Drezner

21 de septiembre de 2008 - 07:20 p. m.

No es la primera vez que los ladrones se apoderan de obras de arte en nuestra ciudad cuando robaron un grabado de Goya.

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Aparte del asalto continuo a iglesias coloniales y un robo a la colección del Museo de Arte Colonial (donde los ladrones aparentemente buscaban más la plata que el arte) han aparecido con frecuencia noticias de robos a galerías, que usualmente no tienen sistemas de seguridad tan sofisticados como los que debería tener un museo. No se debe descontar el hecho de que a veces esos robos no son otra cosa sino medios de publicidad para la respectiva galería.

Aunque vaya contra la corriente, el robo del grabado de Goya, si bien lamentable, no es daño irreparable como cuando roban una pieza de arte única como puede ser, por ejemplo, un óleo de Picasso. Goya dejó las planchas de su serie de grabados y de ella se han hecho muchas ediciones a lo largo del tiempo.

La que se exhibe en Bogotá fue realizada a finales del siglo XIX y como las planchas existen, es posible reemplazar el grabado robado. De hecho, el mayor valor de lo que se llevaron reside en que es parte de una serie completa y, por sí solo, ese grabado no es de gran valor comercial, o sea que los ladrones se van a quedar con un palmo de narices si es que pretenden venderlo.

Eso es lo que sucede con la mayor parte de esos robos: a un ladrón le resulta imposible vender lo robado porque no existe mercado, a menos que se trate de un coleccionista inescrupuloso que quiera guardar en una bodega una obra que no podría exhibir, lo cual suena absurdo. Uno de los placeres de cualquier colección es precisamente poder mostrarla. Por tanto, la mayor parte de esos robos, lo que tienen es la característica de un secuestro, donde los delincuentes esperan les paguen un rescate por devolver la obra. Eso seguramente no pasará con el grabado de Goya, porque hacerlo es fomentar futuros robos.

Todo lo cual no impide llegar a una conclusión sobre la falta de seguridad en este tipo de exhibiciones, donde prácticamente crean la tentación al facilitar con la evidente falta de vigilancia que cualquiera pueda embolsicarse alguna o algunas de las obras exhibidas. Ojalá que esto que sucedió sea una lección para el futuro y quienes exhiben tomen las medidas necesarias para que los ladrones no hagan su agosto. Si esto no se hace, será difícil que en el futuro entidades internacionales vuelvan a prestar obras de arte para que sean exhibidas en Bogotá.

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