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La exhibición en el Museo Nacional de un piano hecho en Colombia en el siglo XIX es confirmación de que en otros tiempos había en Bogotá una floreciente industria de instrumentos musicales, ya que son varios los pianos colombianos, aparte de este del museo, que se encuentran en diferentes manos particulares. Esto es un pequeño misterio, ya que uno creería que algo tan sofisticado mecánicamente como lo es un piano no se podría hacer en un sitio sin tradición. Desde luego, esos pianos colombianos tienen mecanismos bastante elementales, pero el hecho es que existen.
Cuando uno se pone a investigar, se encuentra con que en 1866 don José María Vergara y Vergara publicó un Almanaque de Bogotá y guía de forasteros con una muy completa recopilación del gobierno, la industria y el comercio en la capital. Vergara y Vergara, uno de los fundadores y primer director de la Academia Colombiana de la Lengua, reunió en su almanaque mucho dato de valor. Por ejemplo se encuentra uno con que aquí teníamos un Cuarteto Vissonni (“servicio puntual i precios moderados”) y un Sesteto (sic) Achiardi que ofrecía “conciertos, serenatas, bailes, &c.”, dos conjuntos que probablemente llenaban las necesidades musicales de la ciudad. En ese almanaque consta igualmente que don Apolinar Cortez y don Camilo Correa tenían fábrica de violines, guitarras, bandolas y tiples, pero el mismo don Apolinar, además de don Diego Gordon, manejaban sendas fábricas de pianos. Eso quiere decir que entre nosotros hubo no sólo uno sino dos manufactureros de esos instrumentos y posiblemente eso explica la procedencia de los pianos nacionales de que se está hablando.
Para poner esto en perspectiva, en esa época en Hamburgo sólo había una fábrica de pianos (la venerable Steinway que acaba de ser vendida al mejor postor) y en Berlín y Londres había de a dos, o sea, tantas como en Bogotá. Los pianos hechos aquí no tienen mayor identificación y seguramente fueron hechos por don Apolinar o por don Diego (si es que no hay una tercera fábrica anónima de la que no he encontrado constancia), pero es notable la existencia de fabricantes de ese instrumento, que se supone de alta sofisticación.
No sé si el Museo Nacional ha intentado reconstruir el piano en su poder y si una vez reconstruido proyecta promover un concierto donde lo toquen para que se pueda saber cómo sonaban esos instrumentos colombianos. Lo cierto es que esto demuestra que la Bogotá de la segunda mitad del siglo XIX tenía refinamientos de esos que no entienden los primitivos salvajes que para celebrar una partida de balompié tienen que ensuciar a los demás con espuma y harina. Estos pobre diablos jamás podrán entender que vivimos en una ciudad que tuvo muchos antecedentes de calidad.
