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Figaro y el acoso sexual

Manuel Drezner

29 de agosto de 2025 - 01:10 p. m.

Como forma de acomodarse a las costumbres extrañas que rigen en los últimos tiempos, el famoso Festival de Glyndebourne, en Inglaterra, ha enviado a quienes deseen ir a sus funciones una advertencia sobre Las bodas de Fígaro, en la que informan que en esa ópera “hay acoso sexual no deseado y momentos de agresividad”. Si la cosa no fuera en serio, sería algo bufo, ya que el acoso sexual es un común denominador del arte operático, donde muchas de sus grandes creaciones lo incluyen en forma abierta y que, hasta ahora, en todos estos siglos, no ha logrado escandalizar a nadie. La advertencia mencionada rinde pleitesía a las exageraciones del supuesto comportarse bien en nuestros tiempos y realmente no contribuye en nada al bienestar del público o de nadie.

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Si de acoso sexual se va a hablar, uno se pregunta cuál advertencia mandarían cuando presenten Don Juan, también de Mozart, donde el compositor mismo se creyó obligado a informar, dentro del título completo de la obra, que ella se refería al disoluto castigado, quizá por temor a que los pseudomoralistas de esos tiempos le cayeran encima. Igualmente, hay el gran interrogante de cómo calificar a Tosca de Puccini, donde la pobre diva que da título a la ópera debe entregarse al inmoral jefe de policía para que su amante quede liberado. Esto no es exactamente para menores, pero hay casos peores. Por ejemplo, en Wozzeck de Alban Berg, el argumento gira alrededor de un soldado a quien, en experimentos médicos, están volviendo loco, mientras que en su propia casa otro recluta está seduciendo a su esposa. El soldado la mata y se suicida, mientras que su hijo, indiferente, juega a los caballitos. Esto no es exactamente para todos los públicos, pero nadie hace advertencias como las de Glyndebourne.

Otros ejemplos similares incluyen Otelo, donde un marido celoso, porque le han llenado el cerebro de mentiras, mata a su esposa y se suicida; o Madame Butterfly, donde un marinero engaña a una pobre quinceañera y la obliga a seguir el ejemplo de sus antepasados quitándose la vida; o Rigoletto, en donde hay un minusválido a quien raptan a la hija y, cuando se quiere vengar, acaba él matándola.

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No, esas advertencias dignas de mentes pacatas sobran, ya que nadie es tan ingenuo como para imaginar que ver esas óperas va a hacer que se siga el ejemplo de lo que pasa en ellas. Y que conste que solo estoy hablando del arte lírico. ¿Qué tal si se aplicara ese criterio al teatro o a las grandes novelas? Acabaríamos sin muchas de las grandes obras maestras de la humanidad, sin que nadie hubiera ganado nada.

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