Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Por fin se ha visto en el Colón la ópera Florencia en el Amazonas, de Daniel Catán, que tiene el atractivo adicional, para nosotros, de haber sido inspirada en el realismo mágico de García Márquez, en un libreto de una discípula del novelista: Marcela Fuentes Beraín. Digo por fin, porque cuando esa ópera se estrenó en Houston, una de las compañías que contribuían al estreno era la Ópera de Colombia, que, según entiendo, aportó el vestuario y debía estrenar la obra después de haber sido vista en varias casas operáticas de Estados Unidos. Cuál fue la razón por la cual la obra nunca se presentó en esa época es uno de esos misterios que nunca ha sido aclarado.
En todo caso, ya llegó a nosotros y no solo eso, sino que el reparto era prácticamente todo colombiano y lo que el grupo de cantantes hizo tiene que ser declarado como más que satisfactorio, ya que no solo cumplió sino que se comportó con desenvoltura y vocalmente sin tacha. La dirección musical a cargo de Ricardo Jaramillo fue igualmente satisfactoria, de manera que se vio la ópera en óptimas condiciones.
La dirección escénica de Pedro Salazar fue ingeniosa, pero se limitó a sí misma en exceso por el uso exagerado de fragmentos del barco que presuntamente lleva a los protagonistas hasta la casa de ópera de Manaos. La realidad es que aunque esto daba variedad a la escena, limitó los movimientos de los personajes, que necesariamente tenían que quedarse casi quietos en el escaso escenario que se les daba.
Igualmente hubo momentos poco claros, en especial la escena final de la transformación de Florencia, quien se convierte en la mística mariposa que buscaba su desaparecido amante. Hubo unas inexplicables y distractoras proyecciones de video, que sobraban, ya que no solo no aportaban nada al desarrollo sino que por momentos llegaban a molestar. Pero aparte de esto, fue algo limpio y que incluso entretenía. Se tuvo la buena idea de hacer proyecciones del texto, aunque se malogró por un telón demasiado arriba y un fondo que no dejaba leer con claridad.
La ópera en sí misma es agradable, con melodías neopuccinianas, lo cual implica un lenguaje demasiado romántico musicalmente y que bien hubiera podido haber sido compuesto en el siglo XIX en lugar de en las postrimerías del siglo XX. Quizás esto es lo que hace la obra tan accesible, como lo muestra la cantidad de montajes que se han hecho de ella en diferentes casas de ópera. El que haya llegado a nosotros es algo que debe ser motivo de satisfacción para los organizadores, porque se trató de algo que tenía mucho de encomiable.
