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Los esfuerzos que se hacen en el ámbito musical para que los niños aprendan el arte mediante la creación de orquestas muchas veces siguen los pasos del exitoso experimento venezolano de El Sistema. Allí, a través de decenas de agrupaciones, han logrado fomentar el gusto por la música y, de hecho, de esa iniciativa han surgido orquestas de talla internacional y se han formado varios directores, entre ellos el exitoso Gustavo Dudamel.
En el caso colombiano ha habido varias iniciativas como las respaldadas por la Fundación Batuta y las orquestas satélites de la Filarmónica de Bogotá. Todo esto ha permitido a decenas de niños y adolescentes no solo aprender música, sino poder aplicar sus conocimientos con resultados en general satisfactorios.
Sin embargo, se ha dejado de lado otra iniciativa que podría ser fértil y dar buenos resultados en el campo, aparte de que sería mucho más fácil de desarrollar, puesto que se elimina la necesidad de aprender y tener que suministrar instrumentos. Me refiero, está claro, a crear, en forma paralela a las otras iniciativas, conjuntos corales que no solo podrían presentarse por su cuenta, sino que serían excelentes colaboradores en los otros campos. Enseñar a niños a cantar es muy posible y así se complementarían los esfuerzos anteriores y se atraería a muchos más interesados. Aquí, es cierto, hay y ha habido varios coros de mérito, pero son entidades cerradas que buscan (y eso no está mal) colaborar con otras iniciativas musicales que tengan necesidad de masas corales. Pero si hubiera más orfeones de aficionados que complementaran lo que se hace con música instrumental, con seguridad la labor de crear afición y gusto por la música se incrementaría.
