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Si se quisiera definir cuál fue el momento en que Bogotá dejó de ser aldea para comenzar a ser ciudad, muy posiblemente se podría escoger el de la desaparición de personajes excéntricos que deambulaban por las calles capitalinas, a quienes, a falta de mejor nombre, los habían apodado de “bobos”. Eran una adición pintoresca al paisaje citadino y uno a veces se pregunta si estamos mejor sin ellos.
Uno de los más recordados era Pomponio, quien, al parecer, había tenido penosos problemas digestivos por haber comido exceso de queso y la diversión era gritarle: “Pomponio, ¿quieres queso?”, para reírse de su reacción airada en que atacaba a los bromistas. Estaba el Bobo del Tranvía, vestido con un extraño uniforme, que se dedicaba a perseguir tranvías sin motivo aparente. Una política era la Loca Margarita, quien se paseaba por las calles gritando vivas al Partido Liberal y ay de quien se opusiera a sus manifestaciones. Otro recordado personaje era el Conde de Cuchicute, vestido de forma arcaica, con sombrero bombín y abrigo de piel, que en realidad era un rico heredero santandereano que había perdido sus cabales y compró un título nobiliario, que ostentaba a diestra y siniestra. El inolvidable Goyeneche, aspirante perpetuo a la Presidencia, con ideas como crear una gran carretera pavimentando el río Magdalena y otras similares, que, hay que decir, no se diferencian mucho de lo que proponen algunos candidatos hoy.
Había muchos más, como el Artista Colombiano, un descendiente de los juglares de ayer, que hacía su espectáculo en las calles, burlándose de todo y de todos y que quién sabe qué tan bobo sería. Para quienes los conocimos, hay ocasiones en que los echamos de menos, ya que a la larga, si uno se fija bien, no eran tan bobos.
