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No cabe duda que la apuesta de montar Tannhäuser en Bogotá traía mucho riesgo, no sólo por la falta de tradición wagneriana entre nosotros (eso era lo de menos; lo mismo decían otrora sobre montar óperas de Mozart y se demostró que eso podía hacerse cuando se presentó Don Juan), sino por la dificultades de que el público respondiera y se consiguieran cantantes de nivel suficiente para esas no muy fáciles óperas.
Hay que decir de una vez que la apuesta fue ganada, ya que el público llenó la sala y los resultados fueron de un nivel bastante alto, ya que aunque musicalmente no cabía duda de que Dudamel y sus huestes eran más que suficientes para el desafío, quedaba el interrogante de los cantantes y de la escena. Pero los intérpretes llenaron las necesidades de la obra y hubo momentos emocionantes como el canto a la estrella vespertina que hizo el barítono Marcelo Guzzo, así como la bienvenida a los salones de la competencia de la Elisabeth de Melanie Diener (una soprano de gran altura) y las intervenciones del protagonista, Daniel Frank, un buen tenor, algo estridente, pero que sacó adelante su difícil parte.
Tuvieron la buena idea de usar la versión original de la ópera, sin la bacanal, con lo cual se evitó ese cursi ballet lleno de faunos y de tímidas ninfas, con los que Wagner probablemente castigó a los petimetres de París que lo exigían. Pero hubo ballet danzado durante la obertura a cargo del Colegio del Cuerpo de Álvaro Restrepo, quien hizo con Marie-France Delieuvin una presentación de muy buen gusto, muy acertada (aunque algunos hubiéramos querido más erotismo) y que confirmó que Restrepo es una especie de tesoro nacional en el campo coreográfico. El director de escena, Alejandro Chacón, hizo una versión minimalista, algo estática pero que evitó esos excesos del eurotrash con que a veces nos castigan. Lo cierto es que ese sistema permitió ver la ópera sin distracciones y quizá confirmó ese viejo dicho teatral sobre lo de que el mejor regista es el que menos se hace notar.
La escenografía fue muy acertada en los actos primero y tercero y sorprendentemente inadecuada en el central, donde el salón de la competencia, con una serie de láminas transparentes y algunas sillas art déco, recordaba uno de esos musicales de Hollywood de los años treinta. El vestuario excelente y ajustado a la época medieval en que transcurre Tannhäuser. El resultado total superó las expectativas y es un paso adelante para el desarrollo de la ópera en el país. Lo único que queda por decir es que la tradición de las casas de ópera ha sido que el reparto de Tannhäuser tenga las mismas voces del Otelo de Verdi, y como este es igualmente año de su centenario, ¡qué lindo hubiera sido que nos hubieran dado esta ópera también!
