Como lo que se podría considerar como una especie de suplemento del Festival de Música, que pasó hace unas semanas, que fue dedicado a la llamada Bella Época, el Teatro Santo Domingo presentó al Ballet Nacional de España en un espectáculo llamado “La bella Otero”, una mujer que fue uno de los emblemas de ese momento histórico. Es curioso que se dedique todo un espectáculo a mostrar la vida de una de las cortesanas más célebres de ese entonces. Aunque lo han bautizado ballet, lo cierto es que se trata de una serie de escenas sueltas que se suceden la una a la otra, teniendo como único común denominador la presencia de esa mujer (que a juzgar por los retratos que han llegado a nuestros días sí era realmente hermosa). No hay un hilo conductor y cada escena es independiente de las demás, lo cual lo convierte en algo que se acerca más a una revista musical que a un auténtico ballet.
Hay en esta presentación toda clase de danzas, desde jotas y baile flamenco hasta can-can y valses, que desde luego representan a la nobleza. En casi todas ellas interviene el personaje de la Otero en escenas que son de buen gusto, sin caer en la tentación de hacer un retrato franco de los pecadillos de ella. Y eso que en esas caídas tuvo relaciones con varios monarcas y nobles europeos, y hasta con esa figura siniestra que fue Rasputín. Hay un brillante final donde aparecen todos los personajes de su vida que se mostraron durante el espectáculo, y el total es un espectáculo que a pesar de su falta de unidad (o tal vez por esta) es interesante y entretenido. No hay ninguna reminiscencia del ballet clásico, lo cual evita ver a un hetaira bailando en punta de pies. Hay un par de escenas que si se suprimieran (por ejemplo una versión propia de Carmen, la ópera de Bizet) no se perdería nada y la obra presentada ganaría, ya que su duración wagneriana, donde lo descrito se toma más de dos horas, es una muestra del sacrificio que los amantes de la danza sufren para ver el espectáculo de su afición. En resumen, es algo diferente que se ve con agrado y que es evidente que gusta al público.
Una nota final para insistir en la necesidad de que se vuelva a los programas de mano impresos, necesarios para seguir el espectáculo sobre el escenario, y que fueron reemplazados durante la pandemia por un código para poder leerlos en el celular. Eso es incómodo, no permite archivarlos para futura referencia y todos agradecerían volver a tener ese recuerdo de lo que se ha visto.