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La chelista Inbal Segev

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Manuel Drezner
31 de julio de 2013 - 11:00 p. m.
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En el Teatro Santo Domingo se presentó la chelista Inbal Segev, acompañada al piano por Awadagin Pratt, en un recital que incluyó obras de Brahms, Shostakovich y Piazzolla.

Como era de esperarse, la solista mostró una técnica impresionante con un sonido vigoroso y dominó las dificultades de la sonata del ruso como si se tratara de un juego de niños. Lo que nunca he podido entender es por qué artistas de tanta capacidad musical tocan programas tan poco convincentes.

En efecto, anunciaron que el recital incluía una sonata de Brahms y uno hubiera esperado una de las dos bellísimas sonatas que hizo para ese instrumento el insigne compositor. Pero no. Por razones misteriosas, la artista decidió que tocaría una transcripción de la primera sonata para violín y eso fue lo que escuchamos con sorpresa, ya que no existe razón para que no se oigan obras originales sino adaptaciones, que en este caso sonaron algo forzadas. No menos sorpresivo fue que igualmente la violonchelista tocó un grupo de transcripciones de canciones de Brahms, lo cual es aún más inexplicable.

Los grandes creadores de canciones cultas —y Brahms fue uno de los mayores— complementan el texto del poema con la música, o sea que esta sola, sin la poesía, es algo desnudo y que no tiene razón de ser. Cuando Brahms quería que hubiera posibilidad de escoger instrumento (como, por ejemplo, en las sonatas para viola, que el compositor indicó que podían ser tocadas igualmente con clarinete) lo indicaba así. Sobra decir que ninguna de las transcripciones mencionadas fue hecha por el compositor y todo esto hace que este tipo de programa suene a algo condescendiente con el público, que merece oír obras originales, más cuando el repertorio para el chelo es tan extenso. Este tipo de programa no se justifica y menos cuando se trata de una artista de las capacidades técnicas y musicales de Inbal Segev.

Volviendo al concierto, hubo lleno completo, como está sucediendo en los recitales que presenta el centro cultural en cuestión, lo cual demuestra igualmente que se está creando un público interesado, en contraste con lo que sucedía en el pasado, cuando la música de cámara atraía únicamente a un puñado de amantes de la música. De hecho, por aquí vinieron artistas de la talla de Piatigorsky, Cassado y Leonard Rose y tocaron en salas casi vacías. Todo esto es alentador y muestra una vez más que la labor del Teatro Santo Domingo está dando frutos, aunque ojalá que haya un poco más de exigencia a los artistas en cuanto a los programas que presentan.

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