Emilio Sagi es un director escénico pulcro, que hace montajes limpios sin exageraciones, pero que muestran la esencia de las obras que ha dirigido.
Eso se vio en la presentación en el Teatro Santo Domingo del sainete lírico (así lo llamó el autor) La del manojo de rosas, con música de Sorozábal y libreto de Carreño y Ramos de Castro. No es una zarzuela como creyeron muchos, sino una comedia de ambiente madrileño con música intercalada y, de hecho, es una obra menor, lo cual no impide que sea agradable y que en un montaje tan atractivo como el de Sagi atraiga al público que evidentemente gozó con la obra. A ella le tratan de dar contenidos sociales algo traídos de los cabellos, y es mejor olvidar esa tendencia, porque no hay nada que haga suponer que los creadores buscaron algo distinto a divertir. En sus tiempos lo hicieron muy bien hasta el punto que atribuyen a obras como estas que se reviviera el género.
Hubo una buena participación de la orquesta dirigida por José María Moreno y la parte vocal fue meritoria, con buenas interpretaciones de Amparo Navarro como la vendedora de rosas del título, que es anacrónica porque sólo quiere casarse con un obrero como ella, aunque eventualmente cambia de idea, y de David Menéndez, el clásico rico que se disfraza de hombre del pueblo para conseguir a la mujer que ama. Igualmente, Alexandre Guerrero como el aviador que a la larga ayuda a resolver el dilema de la diva cuando prefiere irse a volar que a conseguirla. Los dos papeles cómicos, con Ruth Iniesta y Carlos Crooke, fueron hechos con gracia y quizá con la pizca de exageración requerida por el género. Muy agradable la participación de Luis Varela como el presumido Espasa, un hombre que cree que usando palabras rebuscadas lo creerán culto.
Ejemplo de que se trata de personaje universal ya lo tuvimos entre nosotros, cuando en el pasado hubo quien escalara importantes posiciones porque se expresaba en forma tal que nadie le entendía. El director usó un grupo de bailarines para crear la sensación de una plaza concurrida y aunque el continuo paseo de comparsas a ratos distraía, se trató de un detalle imaginativo. Fue entonces esta la oportunidad de pasar un rato de gran frescura que cierra con broche de oro la temporada escénica del Teatro este año.
Vale la pena hacer un comentario al margen sobre el caos en los aparcaderos del teatro, donde por razones misteriosas cierran el acceso a una sección con el resultado que se crean congestiones que se pudieran evitar y que son complementadas con el hecho de que hay un único cajero para atender las largas colas que se forman para pagar. No es culpa del teatro, pero ciertamente esa ineficiencia resta al goce que uno pueda tener cuando va a una función.