Doris Salcedo, la distinguida artista colombiana, ha tenido sin discusión una carrera internacional fulgurante.
No sólo sus obras están en muchos de los principales museos de arte contemporáneo en el mundo, entre ellos el de Arte Moderno de Nueva York, el Centro Pompidou de París y el Tate Modern de Londres, sino que ha tenido el honor de ser invitada a crear una de sus obras en el Tate, donde estuvo en exhibición por varios meses y, además, se ha ganado en España un prestigioso premio a las artes plásticas, todo lo cual demuestra que se trata de una artista considerada importante en los círculos artísticos del mundo. Lo anterior hace doblemente irónico que ninguno de los museos de arte moderno en el país, ni siquiera el ridículamente apodado “Mambo”, haya dedicado una muestra a esa artista colombiana que ha sido reconocida como central en los movimientos plásticos de hoy. De hecho, el tal Mambo, manejado como se sabe por los caprichos de su anciana directora y no por un criterio artístico convincente, mientras tanto ha hecho exhibiciones dedicadas a glorificar la muñeca comercial llamada Barbie (¡en un museo de arte moderno!) y a mostrar reproducciones fotográficas de obras maestras del pasado hechas por un pariente de la directora.
La misma Doris Salcedo ha sido muy cruel al calificar las capacidades de los directivos de nuestros museos y, posiblemente, sea algo injusta al generalizar de esa manera, pero no cabe duda de que la labor que se debería estar haciendo no siempre se hace. Por ejemplo, ¿dónde están las grandes muestras de artistas importantes dentro del arte colombiano? ¿Dónde la resurrección de algunos importantes artistas colombianos de ayer, que han sido dejados de lado por lo mencionados caprichos? Para poner ejemplos, hay pintores de ayer como Luciano Jaramillo, un auténtico maestro prematuramente desaparecido; como Marco Ospina, uno de los precursores del arte abstracto entre nosotros, o como Augusto Rivera, de quien después de su muerte y a pesar de haber ganado el premio en uno de los salones de artistas colombianos no se ha vuelto a oír. Casos como estos abundan y muestran que la labor de los museos, de educar, de rescatar el arte importante y de ponerlo al alcance del público en una forma didáctica no se está cumpliendo a cabalidad. Claro que mientras entidades como el tal Mambo, que es mucho lo que podrían hacer, estén bajo la férula de directivos caprichosos que creen que sólo lo que ellos piensan importa y que además no admiten una palabra de crítica constructiva, ya que sólo los elogios absolutos son buenos para ellos, tendremos que resignarnos a que en el exterior sepan más de nuestros artistas de lo que sabemos aquí.