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La muerte de Edward Albee, uno de los más importantes dramaturgos de Estados Unidos, hace que uno recuerde que fue uno de esos artistas cuya fama fue construida alrededor de una sola obra, ¿Quién le teme a Virginia Woolf? en su caso.
Pero esa pieza acerba, donde satiriza no solo el matrimonio moderno en su país, sino que es en el fondo una crítica aguda a toda la sociedad norteamericana, bastará para reafirmar su puesto como uno de los más profundos creadores teatrales, al lado de nombres tan grandes como los de Arthur Miller, Tennessee Williams y Eugene O’Neill, un cuarteto que cambió profundamente los rumbos del teatro universal. No es que Albee no hubiera hecho otras obras. Aquí se presentó La historia del zoológico, un diálogo en que se muestra la dificultad de comunicación entre seres humanos y que tuvo fuerte influencia del teatro europeo del absurdo. Además, es de recordar El sueño americano, un ataque a la falta de individualismo que crean la adoración a los ídolos del momento y la comercialización de la vida diaria, hecho con técnicas que mezclan la caricatura con un fondo dramático excepcional, además de Un equilibrio delicado, ganadora del Premio Pulitzer, donde los personajes buscan en todo momento escapar de la realidad y tener un equilibrio artificial en su vida diaria y que personalmente creo es superior a su más famosa Virginia Woolf.
El caso de Albee, entonces, es el de un artista que después de un triunfo excepcional como el que tuvo con la pieza que le dio la fama, sigue buscando medios de expresión que le permitan superar lo que hizo entonces, sin encontrar en el público y los medios intelectuales la respuesta que esperaba. Todo esto indudablemente debió crear una frustración que se encuentra en el fondo de lo que escribió después y que no tuvo la acogida que esperaba, quizá porque se esperaba que siguiera con esos amargos análisis de la sociedad de su país. Pero Albee siempre buscaba renovarse y esa búsqueda de lo diferente caracterizó lo que hizo en todo momento. Una de sus obras más interesantes de esa etapa es la llamada Seascape (Paisaje marino), donde entra en el mundo de la fantasía cuando una pareja que, como todas las de Albee, tiene problemas de relación y de comunicación, pero que se encuentran con dos lagartos de tamaño humano y capacidad de hablar que en su evolución tratan de abandonar el medio acuático, pero que al ver el comportamiento de la pareja humana quieren volver al mar de donde vinieron. Yo vi esa obra en una versión que dirigió el inolvidable José Ferrer y recuerdo como, paradójicamente, el público estaba más de parte de los gigantes lagartos que de los humanos. Albee tuvo una pluma milagrosa que creaba el efecto mencionado y que es indicio de la razón por la cual su desaparición constituye pérdida irreparable para el teatro, del cual él fue exponente egregio.
