La época de Cervantes bajo el reinado de Felipe II (quien construyó El Escorial) fue de un florecimiento cultural único. El hecho de que en esos tiempos fue cuando se escribió el Quijote bastaría para mostrar que fue una edad única. Cervantes en su obra magna hizo muchas referencias a canciones, ritmos y bailes de la época, además de romances y villancicos que han llegado a nuestros días. En el capítulo 23 de la segunda parte incluso Sancho le dice a la Duquesa que donde se oye música no puede haber maldad y esa frase puede ser guía para educadores.
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Es lógico que una obra maestra como lo es Don Quijote de la Mancha haya posteriormente inspirado a muchos músicos y en estos días hemos recordado, sin razón alguna, algunas de esas obras. Para mí, El Retablo de Maese Pedro, de Manuel de Falla, es una creación sublime, que incluso fue representada hace años en Bogotá. Igualmente el Don Quijote, variaciones fantásticas sobre un tema caballeresco, de Ricardo Strauss, es poema sinfónico excelente, que curiosamente no se interpreta con frecuencia, quizá por la necesidad de necesitar solistas de viola y de cello, que representan a Sancho y a Don Quijote. Telemann hizo por lo menos dos obras basadas en el Quijote y un joven Mendelssohn a los 16 años hizo una ópera sobre Las bodas de Camacho. Un gran ballet con música de Minkus y coreografía de Petipa es ejemplo de virtuosismo en la danza. Ravel compuso unas canciones para la película de Pabst sobre el Quijote, para ser cantadas por Chaliapin, pero misteriosamente el director decidió no usarlas.
Es mucho lo que se ha quedado en el tintero, pero con las creaciones excelentes que se han citado basta para comprobar cómo una obra excepcional puede inspirar para crear otras no menos insignes.
