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Fue muy interesante el concierto en el Teatro Santo Domingo de la Orquesta de Cámara de Ginebra (o Geneva Camerata, como ellos se anuncian), que bajo la dirección de David Grellsammer, su fundador, presentó uno de los programas más eclécticos que uno pueda imaginar. Este incluyó el estreno de una obra para percusión y orquesta del salvadoreño Arturo Corrales, el Concierto para cello de Haydn, que fue redescubierto el siglo pasado, unas innocuas variaciones sobre algún tema de Gershwin y la Octava sinfonía de Beethoven. Imposible pensar en mayor variedad y en algo con más contrastes.
La obra inicial, la mencionada del salvadoreño, se llama Muévete, Janus, una alusión al dios de dos caras, que dio su nombre a nuestro mes de enero, y que Corrales considera como algo esencialmente bailable. Es obvio que en un concierto para percusión el elemento rítmico predomina, y esto fue bien vertido por el solista (que es también el percusionista de la orquesta), y lo que oímos fue una pieza bastante elemental, pero graciosa. Por razones misteriosas, el solista debe salir con la cara pintada, un elemento extramusical que sobraba.
En el centro del concierto se oyó como solista al chelista Pieter Wispelwey, un asombroso músico, dotado de una técnica brillante, que tocó inicialmente la obra de Haydn mencionada, pero que después de ella nos dio un bis, aparentemente de Crumb, que paradójicamente fue el punto alto de este concierto. Después de esta obra, las variaciones para cello y orquesta sobre un tema de Gershwin derivaban a la simpleza.
Finalmente, la orquesta tocó la Octava sinfonía de Beethoven, con una cantidad de músicos que trataban de reproducir las fuerzas que Beethoven tuvo a su disposición y que, como siempre pasa en esta clase de versiones, el predominio de los vientos fue tal que muchas veces no existía el equilibrio a que uno está acostumbrado. Es posible que eso sucediera también en tiempos de Beethoven, ya que no hay que olvidar que la gran diferencia está en que el número de vientos es constante, pero las cuerdas son muchas menos de las que tienen las orquestas modernas.
La orquesta de Ginebra es asombrosamente musical, y el resultado del concierto fue por tanto muy satisfactorio, tal como lo confirmó la recepción del público, que obligó a dar tres bises adicionales. Un gran concierto por los intérpretes y por el programa, así algunos crean que, hoy por hoy, conciertos como este son más la regla que la excepción.
