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La Orquesta de Israel

Manuel Drezner

15 de agosto de 2013 - 05:06 p. m.

Como era de esperarse, el concierto de la Orquesta Filarmónica de Israel, bajo la dirección de Zubin Mehta, en el Teatro Santo Domingo, confirmó la fama de esta agrupación como uno de los grandes conjuntos orquestales del mundo.

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Igualmente, Mehta está en ese pináculo tan poco habitado de los directores que saben combinar un dominio absoluto de su grupo con dotes interpretativas que transmiten con eficacia el contenido de las obras al público.

Lo notable, en el caso de Mehta, es que logra lo suyo con movimientos sobrios y de gran economía, en contraste con tantos directores orquestales que convierten su podio en una arena de gimnasia, con movimientos exagerados de brazos, saltos de toda clase, agitación de su larga melena y un continuo histrionismo que hace sospechar que todo eso lo hacen más para “descrestar” al público que porque la música o su interpretación así lo exijan.

Mehta logra sus resultados sin todo ese teatro y su versión de la Sinfonía 40 de Mozart tuvo una elegancia incomparable, mientras que de la Quinta de Mahler, obra exigente, supo transmitir su inmenso contenido emocional en forma disciplinada y sin que ningún exceso impidiera la transmisión del flujo musical. Desde luego, esta obra es muy recordada por el uso que de ella hizo Visconti en su bella película Muerte en Venecia y el adagietto es un momento culminante del arte musical. Fue un concierto definitivamente fuera de serie y uno de los grandes entre tanta cosa tan buena que hemos tenido este año.

El Teatro Santo Domingo, gracias a la eficaz dirección de Ramiro Osorio, con la asesoría de Sandra Meluk, ha sabido presentar al público bogotano una programación de altísima calidad. Desde los tiempos bien lejanos de la Sociedad de Amigos de la Música, de Bernardo Mendel, y la labor, también de otros tiempos, de empresarios como Ismael Arensburg y Hernando Gutiérrez Luzardo, así como lo que hizo la Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá no había tenido música de tan excelente nivel y, de hecho y sin tropicalismos, ya la programación capitalina puede compararse sin vergüenza con la de grandes centros musicales del mundo. Lo mejor de todo es que el público ha respondido a este esfuerzo, lo cual demuestra que además se ha hecho una importante labor educativa y de formación de audiencias. Lo único malo de todo esto es que el nivel ha sido tan alto que uno no ve cómo se pueda igualar en el futuro. Me imagino que habrá que tener confianza en la inmensa capacidad de Osorio y de Meluk.

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