En el llamado Festival Sinfónico Internacional (donde solo ha habido orquestas criollas) del Teatro Santo Domingo, se ha tenido la satisfacción de ver cómo nuestra Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia, a pesar de tanto pronóstico pesimista, ha saltado cantidad de obstáculos y ya es un conjunto bastante laudable, con un sonido de gran volumen además de capacidad de matizar y de dar esos detalles que hacen un buen conjunto.
Cierto que hay todavía alguna brusquedad en el ataque, pero en general, lo que se ha oído muestra que la Sinfónica ya ha saltado los obstáculos iniciales y está en camino de convertirse en conjunto de categoría.
En su último concierto, dirigido por el titular Baldur Bröninmann, mostró todas esas cualidades y su versión de la Segunda Sinfonía, de Sibelius, fue de gran dignidad. Es bueno volver a oír obras de Sibelius, que en un tiempo fue considerado el sinfonista básico del siglo pasado pero que últimamente ha sido algo echado al olvido. La orquesta igualmente acompañó a la pianista Valentina Lisitsa, una intérprete que une a una técnica formidable unas dotes interpretativas que sacaron adelante con creces el tercer concierto de Prokofiev.
La Lisitsa, que originalmente quería ser ajedrecista, tiene el dudoso mérito de ser una de las artistas clásicas con millones de bajadas en internet, pero esa popularidad nos demostró que no es gratuita. El programa también merece elogio por incluir la Pasacalle de Webern, un compositor que buscaba destilar tanto en su obra, que casi ninguna de ellas dura más de quince minutos. Esta es una de las primeras veces que se interpreta entre nosotros una de sus creaciones. A él lo debí haber citado en la pasada nota sobre las extrañas muertes de músicos, pues Webern murió por salir después del toque de queda, al final de la guerra, a fumar un cigarrillo y un soldado le disparó. En resumen, el concierto fue más que satisfactorio y es bueno dejar constancia de que tenemos buena Sinfónica.
Una nota breve para lamentar la muerte del casi centenario violinista Ruggiero Ricci, uno de los grandes virtuosos de todos los tiempos y que en varias visitas a Bogotá permitió escuchar a un instrumentista que sabía combinar una gran técnica con excepcionales dotes interpretativas. Fue igualmente un ilustre maestro de su instrumento. Hará falta en el mundo de la música.
