Aunque sea, como afirma el dicho, llover sobre mojado, hay que insistir en que los desarrollos artísticos dependen en gran parte de tener una base económica sólida. Ya pasaron esos tiempos románticos cuando uno de los requisitos para ser gran artista es que este debía morirse de hambre. Esa imagen del creador encerrado en una buhardilla escribiendo poesía a la luz de una vela, mientras come distraído unos pocos mendrugos de pan, es muy buena para novelas rosa, pero en la práctica la dura realidad es que el artista necesita de medios para poder sobrevivir decentemente si es que se quiere que produzca obras que valgan la pena y que sean de mérito.
Son muy pocos los artistas que pueden vivir de sus creaciones, y en estas épocas en que los mecenas de la nobleza y burguesía del pasado cada vez han desaparecido cada vez más, si se quiere tener un grupo creativo real y que contribuya a la cultura de una nación hay que buscar maneras de que este tenga posibilidades de vivir de su arte y de los frutos de su espíritu. Esto da crédito al país. No hay que olvidar que creadores como García Márquez y Botero han hecho más por el buen nombre de Colombia que toda esa cantidad de políticos y diplomáticos que abundan y cuya contribución a la larga es algo estéril y sin mayores consecuencias.
Es por esta razón que hay que volver a crear suficientes estímulos a los creadores para que ellos dejen una obra que sea perdurable y contribuya al desarrollo espiritual de la sociedad. Lamentablemente cuando hay problemas económicos es la cultura la primera víctima y es por esto que hay que crear mecanismos para que la gente de las artes y los saberes, como les dicen ahora, puedan poder crear en libertad, ya que esto contribuirá a que el país crezca en el campo del espíritu.
