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Lluvia constante es una obra de teatro de Keith Huff, que ha sido presentada con éxito en las principales capitales del mundo, donde ha sido un acontecimiento escénico de gran acogida por el público y la crítica. Ahora, bajo la dirección de Juan Fischer está presentándose en Bogotá en una breve temporada en el escenario de la Fundación Konrad Lorenz y hay que decir que se trata de la combinación que uno siempre busca de un gran drama con un excelente montaje. Prueba de esto es que aunque es una obra para solo dos actores, en ningún momento el interés decae en la hora y media de su duración.
Los dos actores son Tiberio Cruz y Rafael Rubio, quienes interpretan a una pareja de policías amargados porque nunca han logrado la promoción que buscan al puesto de detectives. Son dos amigos, a pesar de que sus personalidades son contrastadas: uno está casado y con hijos, pero que engaña a su mujer, mientras que el otro, soltero y con tendencia al alcoholismo, es introvertido y está enamorado secretamente de la esposa de su amigo. La lluvia constante del título no cae solo durante el transcurso de la acción, sino que también indirectamente está en el espíritu de los protagonistas, cada uno de los cuales va desnudándose emocionalmente durante la obra no solo mediante diálogos entre ellos, sino también con monólogos dirigidos al público, donde las continuas exigencias morales a las que se enfrenta un defensor de la ley son descritas con lujo de detalles. Es testimonio de la capacidad actoral de los dos intérpretes el hecho de que en ningún momento decae la obra y logra mantener su interés hasta el mismo inesperado final.
Se trata entonces de uno de los mejores montajes que se hayan visto en la capital por mucho tiempo, y aunque lo fuerte de la obra envuelve emocionalmente al público, ella es interesante y con lecciones indirectas de importancia. Hay momentos poéticos que alternan con escenas de acción y toda la obra va en un crescendo continuo que se caracteriza por la ambigüedad de no poder determinar quién es el bueno y cuál el malo de los dos amigos. Hubiera preferido que se limitara un tanto la vulgaridad que ocasionalmente tiene el lenguaje usado por los personajes, pero lo cierto es que la complejidad de ellos puede justificarla.
Es de alabar que nuevamente estamos presenciando la presentación de obras importantes de la dramaturgia contemporánea, en un drama que no hace concesiones ni busca el éxito fácil. Es una pieza bien hecha, presentada con decoro y se recomienda como un oasis cultural en medio de los problemas que se viven hoy día.
