La creencia e incluso la leyenda exigía que los artistas para ser buenos debían morirse de hambre. Pintor, poeta, escritor o músico que la pasara bien económicamente no debía ser muy bueno, y quizá eso hizo que artistas importantes como el músico Salieri (que no tenía la mediocridad que le atribuían) o el dramaturgo Scribe quienes eran muy prósperos en sus tiempos fueran mirados con algo de desprecio.
No es que hayamos llegado a la época en que un artista siempre pueda vivir de su arte pero al menos ya no se les exige que vivan en una fría buhardilla, alimentándose de sobrados y cuyo único consuelo, quizá, eran las costureras de vida fácil que venían a ofrecer amor en todas sus variaciones.
Lo anterior es a propósito de un artículo publicado en este diario donde se describe un laudable proyecto de divulgación de poesía donde uno de los gestores dice que “no pagamos derechos de autor porque para los escritores que publicamos, tener diez mil ejemplares de una de sus obras circulando es lo mejor que les puede pasar”. Bueno, uno pensaría que para cualquier autor lo mejor que le puede pasar, además de tener miles de ejemplares de su obra en circulación es que le pagaran derechos de autor, así sean ínfimos y simbólicos. Esa declaración es una variación de la leyenda de que los artistas se deben morir de hambre y que deben estar agradecidos a quienes popularizan sus obras. En el fondo ella implica algo de menosprecio por el trabajo creativo y estoy seguro de que las intenciones fueron buenas pero lo que se leyó no es exactamente algo digno y de lo cual estar orgulloso. De hecho no creo que el impresor al que le contratan los diez mil ejemplares o los correos que los distribuyen sientan que imprimir o hacer llegar a su destino los volúmenes de poesía es lo mejor que les puede pasar y no cobren por su trabajo.
A lo que quiero llegar es que los artistas creadores, tienen derecho a vivir decentemente de sus creaciones y hacen mal servicio al fomento de la cultura quienes consideran que los derechos de autor se compensan con la divulgación gratuita de la obra. Los interpretes normalmente no tienen ese problema aunque sé de programadoras de Tv que muchas veces no pagan a los artistas porque consideran que les están haciendo un favor y una publicidad al presentarlos, y eso compensa el no pago. A lo que quiero llegar es que las mencionadas son actitudes que deberían revaluarse y pensar que imprimir miles de ejemplares no es lo mejor que puede pasar sino que hay cosas mejores.
