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En estos días se ha escrito y comentado con frecuencia sobre la etiqueta para aplaudir en los conciertos, en especial haciendo énfasis en lo inoportuno que es el aplauso entre movimientos. La costumbre generalizada es que cuando hay una obra en varios movimientos, tales como una sinfonía o una sonata, solo se aplaude al final de la obra y no entre cada una de sus partes. Cuando se hace ese aplauso inoportuno, el intérprete no agradece esos aplausos con la habitual reverencia y de hecho, muchos espectadores chistan a quien se atrevió a ese homenaje extemporáneo. Hay que decir que esto no sucede en óperas donde es aceptable aplaudir al final de una aria.
Lo que pasa es que todo es cuestión de octubre. La historia de la música nos cuenta de muchas ocasiones cuando las obras eran aplaudidas vehementemente al final de cada movimiento y de otras cuando ni siquiera se tocaba la obra completa, sino solo un movimiento de ella, y esta era aplaudida. Algunas emisoras, incluso en sus programaciones, ocasionalmente no tocan obras completas, sino solo un movimiento de ellas. Desde luego, la razón básica por la cual se impuso el aplauso solo al final y no entre movimientos fue la de considerar que una sinfonía, o una sonata, son algo integral y que aplaudir en la mitad, resta la continuidad que imaginó el compositor. Otra costumbre que se ha impuesto en los últimos tiempos es que haya personas en el público cuyo entusiasmo es tal que al final de la obra la premian con un aplauso de pie, que antes se reservaba solo para algo muy excepcional. Para esa gente, todo parece excepcional e invariablemente se paran para aplaudir. (No quiero ser tan cruel de creer que la razón por la cual se paran es para poder escaparse de la sala lo antes posible). Por otra parte, hay una minoría que considera que el aplauso no debería existir, puesto que es un ruido que rompe la experiencia artística que se ha tenido.
Lo cierto es que todo lo descrito es cuestión de tradición y costumbre y la manera de aplaudir en últimas no significa nada, pues el aplauso normalmente no es para la obra sino para el intérprete y quizá esta sea en últimas la explicación del veto al aplauso entre movimientos. Eso igualmente explica la otra duda sobre el aplauso después de arias operáticas, donde definitivamente quien es premiado es el cantante de turno.
El aplauso debe considerarse como un premio del público, y por eso ha existido esa tradición. Ello no sucedía cuando las obras se presentaban en los salones de la nobleza, muchas veces como música de fondo, como sucedía con las sinfonías de Haydn. En ese tiempo el premio al músico si acaso era una felicitación del noble o monarca de turno y el músico se daba por bien servido si recibía su compensación no con palmas sino con el pago oportuno de su salario. Por tanto, la conclusión es que lo importante es la música y el aplauso a ella solamente debería existir cuando el intérprete ha creado una respuesta emocional adecuada a lo que se tocó.
