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En el siglo XVII, el pequeño pueblo francés de Loudun fue escenario de un famoso caso de histeria colectiva: unas monjas afirmaron estar poseídas por demonios, desatando una crisis que ha inspirado obras literarias, teatrales y musicales.
La histeria colectiva se manifiesta con frecuencia, y los ejemplos abundan, como aquel de la población de toda una aldea a la que le dio por bailar o los seguidores de falsos profetas que acabaron suicidándose.
Uno de los más célebres casos de esta histeria colectiva, citado con frecuencia en textos de psiquiatría y que sucedió en el siglo XVII, es el de los diablos de Loudun: demonios que, supuestamente, tomaron posesión de unas monjas ursulinas en el pueblo de ese nombre. El caso atrajo la atención de muchos escritores, entre ellos de Alfred de Vigny, que hizo una comedia, “Los trucos de marzo”, de Dumas y de Huxley. El segundo hizo un estudio sobre el cual John Whiting creó otra obra de teatro. Alrededor de esta, Krzysztof Penderecki compuso una ópera que se representa con cierta frecuencia.
Todo comenzó cuando nombraron al padre Urban Grandier, párroco en el pueblo francés de Loudun. Este cura había tenido la mala idea de comenzar a publicar sátiras contra el cardenal Richelieu, quien prácticamente era quien mandaba en Francia. Lo malo es que el comportamiento del sacerdote estaba lejos de ser muy espiritual, pues, aparentemente, era de buena facha y atractivo, y varias feligresas locales cayeron fascinadas, entre ellas las mencionadas monjas ursulinas, de quienes era confesor, y además una tal Felipa Trincant, que era la hija del fiscal local, el cual desde luego no vio con buenos ojos las actividades de su hija con el párroco.
La superiora del convento se alió con el fiscal para complotar contra Grandier, y lo hicieron denunciando que, por culpa de Grandier, la mencionada superiora había sido poseída por el demonio Asmodeo. Para dar visos de realidad a la posesión, la abadesa comenzó a hacer gestos obscenos y a tener ataques epilépticos. Las monjas que estaban bajo su mando comenzaron a tener exactamente los mismos ataques hasta el punto de que parecía que todo el convento estuviera poseído.
Grandier se defendió lo mejor que pudo, pero el espectáculo de unas monjitas gritando groserías y revolcándose en el suelo era demasiado, y un tribunal creado para investigar esos hechos lo condenó a la tortura, lo que lo hizo confesar y fue condenado a la hoguera como causante del pecado.
Lo malo es que las monjitas se habían convertido en una especie de atracción turística y los ataques continuaron después de la muerte de Grandier. De hecho, cuando el interés de la gente comenzó a disminuir, las monjas, milagrosamente, dejaron su posesión, lo cual hace creer a muchos que todo era puro teatro.
