Una equivocación comercial que ha pasado a la historia fue la de Thomas John Watson, entonces presidente de la IBM, una de las mayores empresas de informática en el mundo. Cuando le propusieron desarrollar el mercado del computador personal, que por ese entonces estaba haciendo sus primeros pinitos, dijo: “Creo que existe mercado para unos cinco ordenadores en todo el mundo”, y dejó a IBM por fuera de ese desarrollo, con el resultado que otras compañías como Apple lo lanzaran y hoy IBM es en la práctica una empresa más.
Es divertido leer lo que los expertos en diferentes materias han dicho en el pasado sobre diversos temas, negándose a aceptar eventos que después han mostrado ser básicos en la vida humana. Por ejemplo, Edison, creador de tantas invenciones básicas, no veía posibilidades comerciales en el cine hablado y estaba seguro de que su invento del fonógrafo solo serviría para aplicaciones de oficina. Por su parte, el inventor del cine Augusto Lumière, lo consideró curiosidad científica sin ningún futuro. Mach, conocido por sus investigaciones acústicas, no solo atacó las teorías de Einstein, sino que incluso llegó a escribir que “puedo aceptar la teoría de la relatividad tan poco como acepto dogmas tales como la existencia de átomos”. A Shakespeare en sus tiempos lo consideraban un escritor menor, que nada tenía para hacer comparado con su contemporáneo Ben Jonson.
En el campo de la música ha habido ejemplos de esto. Obras musicales como la Quinta Sinfonía de Beethoven son consideradas como grandes creaciones de la mente humana, pero el famoso violinista Louis Spohr asistió al estreno como crítico y lo que dijo fue que lo que se había oído era “una orgía de ruidos vulgares”. Uno no siempre debe creerles a los expertos, por más que lo sean para que el progreso humano continúe.