El arte y la cultura

“Los gavilanes”, en el Colón

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Manuel Drezner
10 de octubre de 2018 - 02:00 a. m.
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En el Colón se ha presentado la popular zarzuela Los gavilanes, con música de Jacinto Guerrero, una de las joyas de este género, en una curiosa versión que reduce sus tres actos a uno solo ininterrumpido y que elimina prácticamente todo el diálogo hablado, dejando solo los números musicales. Es cierto que al eliminarlos se ahorra la representación de una cantidad de chistes malos, como la discusión de quien era mejor amigo del indiano y similares, pero el gran problema que esto causa es que quien no conoce la zarzuela queda bastante desorientado sobre lo que está pasando a cada momento. Bien se hubiera podido conservar la parte pertinente, en aras de la claridad dramática, ya que lo que se oyó se asemejaba a las tradicionales grabaciones en discos de zarzuela, donde dejaban solo la música, como si el argumento no importara. El libreto de esta obra es de José Ramos Martín y, así esté lejos de ser una obra maestra del teatro, sí es bastante bien hecho y aprovecha muy bien los incidentes dramáticos envueltos en la historia del exiliado pobre que, al volver con una fortuna, pretende comprar el poder y el amor. (Dürrenmatt en su Visita de la vieja dama, años más tarde planteó un drama similar en una de las obras más duras de la historia del teatro). Guerrero aprovechó muy bien las posibilidades ofrecidas y por eso Los gavilanes ocupa un lugar de honor en el repertorio, con su popularidad solamente un poco inferior a la de Luisa Fernanda. Requiere voces de alcance operático y los intérpretes se le midieron bien a la obra, así hubiera falta de equilibrio entre las voces. Por ejemplo, en la canción de la flor roja, donde esta zarzuela más se acerca a alturas operáticas, la voz se perdió tapada por la orquesta. El coro estuvo bien musicalmente, así los hayan puesto a hacer movimientos escénicos algo extraños. El montaje, con una escenografía única, donde un barranco desolado y una aglomeración de maletas hacían servicio para todo, desde la costa y la plaza del pueblo hasta la casa de Adriana, tuvo momentos muy adecuados y otros que no lo fueron tanto. Por ejemplo, la exhibición de las riquezas de Juan, el indiano, arrojando billetes era de mal gusto, aun para quien quiere comprar con dinero la juventud y el amor, como dice el libreto. Igualmente, la sacada de cuchillos de todo el mundo es exagerada y sobraba. De resto, la obra se desarrolló en forma dinámica, así los intérpretes no tuvieran el sostén del diálogo para crear sus personajes.

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