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Mischa Maisky, el gran chelista, volvió a Bogotá al Teatro Santo Domingo, esta vez como solista de la Sinfónica bajo la dirección de Yeruham Scharovsky, y con sus dos hijos interpretó el Triple Concierto de Beethoven. Ellos ya habían tocado en Bogotá hace una decena de años este concierto, pero en esa ocasión después él solo interpretó el Concierto de Dvorak y es lástima que haya venido tan gran músico para solo esa presentación resumida. Bien hubieran podido tocar por ejemplo el doble concierto de Brahms que hubiera sido un complemento excelente y que hubiera hecho de este un programa excepcional y que era posible por tener a mano al hijo violinista del gran intérprete. Claro que tener una oportunidad de oír el Triple Concierto es algo de elogiar, ya que por las dificultades de conseguir tres solistas de talla es obra raramente programada.
Es lástima que no se hubiera reemplazado ella con otra intervención de Maisky, por ejemplo con el Doble Concierto de Brahms, ya que estaba a mano el hijo violinista con el que se hubiera podido tocar. En todo caso, fue una gran experiencia haber tenido entre nosotros a Maisky, uno de los grandes intérpretes de nuestro tiempo.
El concierto había comenzado con una versión enérgica de la Obertura Egmont de Beethoven y finalizó con la Sinfonía Octava de Dvorak. Esta en una época se conocía como cuarta sinfonía hasta que a mediados del siglo pasado descubrieron cinco sinfonías juveniles del compositor y la numeración cambió. Esta es obra que es caballito de batalla para directores, ya que tiene contrastes que les permiten lucirse y eso sucedió, así se notara cierto desequilibrio entre cuerdas y vientos. Los tiempos muy correctos y el público aplaudió con entusiasmo.
Debo, sin embargo, insistir en que cuando se trae un solista de talla mundial como lo es Maisky se debería aprovechar su presencia, no solo con una intervención no central, sino también con obras del repertorio para cello y orquesta, de las cuales él es eximio intérprete. Y posiblemente complementar su presentación como solista con un recital, ya que cada vez es menos frecuente la visita de grandes violonchelistas y, por tanto, cuando por fin viene uno de la estatura de Maisky, hay que –como se dice- sacarle el jugo.
Una nota final para elogiar la buena costumbre del director Scharovsky de hacer una presentación previa de las obras que se van a tocar, un ejemplo didáctico que el público agradece.
