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El Teatro Santo Domingo cumplió catorce años de eficiente labor y con ese motivo presentó un programa excepcional con la muy difícil Tercera Sinfonía de Mahler en el programa. Antes de hablar del concierto vale la pena unas palabras de aprecio por el trabajo del Teatro, que no solo se ha limitado a presentar espectáculos y conciertos de toda índole, en su mayoría de gran calidad, sino que ha realizado además una labor educativa y de creación de nuevos públicos que podría llamarse de gran utilidad, ya que ha acercado a jóvenes y niños a las delicias de la cultura escénica y musical. Antes del concierto, la Embajada de España entregó al Teatro la condecoración de Isabel, la Católica, en reconocimiento de su labor de difusión en la cual la cultura española ha sido protagonista principal. Es admirable lo que esta institución ha logrado a lo largo de esos catorce años y por eso las felicitaciones que le han llegado son más que merecidas.
El concierto con la Filarmónica de Bogotá dirigida por Joachim Gustaffson, tuvo como obra única la extensa sinfonía de Mahler mencionada, una culminación del romanticismo sinfónico y una creación que combina en forma asombrosa fuerza y poderío que alternan con momentos conmovedores de la más profunda espiritualidad. Es una obra única, que muchos comparamos sin ruborizarnos con las grandes creaciones de Beethoven y de Brahms y que es casi una autobiografía musical de su creador. A pesar de las enormes fuerzas instrumentales que requiere, hay muchas partes donde uno parecería estar oyendo música de cámara, ya que el compositor fue uno de los grandes maestros de la sinfonía y que dominaba la orquesta como pocos. Para mencionar solo un ejemplo, el final es un adagio de una belleza conmovedora y una culminación poco ortodoxa para una creación que requiere esos inmensos recursos instrumentales. La obra trata de reflejar todos los momentos culminantes de la vida de cualquiera y por eso va de los más sonoros unísonos de la inmensa orquesta, hasta secciones de la mayor intimidad. En total es una obra maestra única.
La obra incorpora hacia el final un breve solo de contralto, cantado en este caso por la rusa Ksenia Leodinova, cuya voz profunda dio un significado adicional al texto de Nietzsche. Igualmente, los coros infantil y femenino que tienen una breve participación lo hicieron con acierto, así como la Filarmónica que se enfrentó a la difícil obra. Quizá hubo momentos de falta de equilibrio entre los grupos instrumentales, pero eso no restó a lo bueno del concierto.
Se trató entonces de algo que puede catalogarse entre lo bueno que se ha oído en Bogotá, donde en otros tiempos oír una sinfonía de Mahler era algo que parecía casi imposible.
