Igual que hay tinterillos y abogados, que hay matasanos y médicos, en los medios de ayer existieron los manzanillos, un subgénero de la política que se refería a aquellos que se aprovechaban de sus posiciones para ayudar a sus amigos, para hacer negocios por debajo de la mesa en beneficio propio y que cambiaban de partido con gran facilidad, según sus conveniencias.
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Manzanillo es un colombianismo que se origina en un hecho histórico. La manzanilla es un vegetal que se caracteriza por tener hojas en cantidad y que, por tanto, es muy indicado para hacer escobas. Los barrenderos bogotanos de hace casi un siglo usaban escobas de hojas de manzanilla, y los políticos en el poder en la ciudad, cuando deseaban hacer manifestaciones a su favor, reclutaban a esos barrenderos (los que después fueron apodados ‘escobitas’) para salir a las calles, so pena de perder su humilde empleo. El gran caricaturista Rendón ridiculizó a los organizadores que usaban a esos barrenderos y los llamó manzanillos, y así nació ese uso.
En junio de 1929 hubo grandes protestas por parte de la ciudadanía ante la corrupción existente, encabezada por una rosca comandada por un político de carrera llamado Arturo Hernández, a quien le daban el sobrenombre de “Chichimoco”. En esas jornadas fue cuando asesinaron al estudiante Gonzalo Bravo Pérez lo cual indignó más a los ciudadanos que lograron que destituyeran a todos los miembros de la rosca y abrieron el paso al posterior triunfo en las elecciones presidenciales de Enrique Olaya Herrera.
Muchos no recuerdan esas circunstancias y, de hecho, el “manzanillo” pasó al olvido para ser reemplazado por el “clientelista” para describir a esos politiqueros que buscan el poder para medrar. Un amigo alguna vez cambió la definición de manzanillo como “ese desgraciado que me ganó las elecciones”.