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La columna que escribí hace algunos días sobre lo que llaman “Eurotrash”, o “eurobasura”, ha tenido una inesperada respuesta por parte de los lectores, quienes han enviado una veintena de comentarios.
Un poco más de la mitad están de acuerdo con lo que se dijo, otros creen que debe existir libertad de interpretación para el director escénico y, como de costumbre, no faltó el par de enfermos mentales que aprovechan las posibilidades de comentario no para comentar sino para insultar y mostrar un increíble nivel de bajeza, pero ese es otro cuento.
Se decía en esa columna que “el director escénico deja su labor de intérprete, que en últimas es la de mostrar qué quisieron expresar el compositor y el libretista, y se inventa una cantidad de situaciones que son una traición al concepto del artista creador, quien seguramente sabía más sobre lo que quería decir que cualquier regista arrogante”. Se ponía el ejemplo de esa lamentable Carmen que se vio el año pasado, donde parecía que el regista no hubiera leído el libreto por que éste indicaba una cosa y sobre la escena se veía exactamente lo contrario. No lo escribí, pero recordaba mientras hacía la columna el caso del hoy famoso director escénico Willy Decker, quien en las óperas que montó en Bogotá iba desde una sublime y sin tacha Turandot hasta los excesos de un Rigoletto o una Carmen donde moría hasta el apuntador, con el resultado de que tenía que cambiar algunas de las escenas siguientes donde los personajes asesinados por el director escénico aparecían nuevamente en la partitura.
Es por tanto bueno insistir en que la labor del director escénico es básicamente mostrar lo que los creadores, libretista y compositor, quisieron. Se puede, es cierto, hacer algunos cambios, en especial en las épocas en donde las óperas transcurren y el concepto de cómo son los personajes, pero siempre basado en la creación original. Hacer esos cambios grotescos, como los mencionados o como el Tannhäuser nazi que originó el comentario, es traicionar la obra e intentar mostrar que el intérprete, arrogantemente, cree saber más que los que la hicieron. Si esta tendencia sigue, ella se podría extender a otras artes, donde pintamonas corrijan las obras maestras del pasado cambiando sus colores o interpretando sinfonías de Beethoven con guitarras eléctricas, por que eso las hace más modernas.
Evitar esto fue lo que intentó mostrar el comentario que se hizo y, aunque agradezco a los lectores que escribieron, no estoy de acuerdo con quienes dicen (como hizo uno de los corresponsales) que esa tendencia moderna es indispensable para rejuvenecer las obras. Afortunadamente ellas han subsistido por siglos sin necesidad de registas impertinentes.
