El difunto Festival de Teatro, que en sus tiempos nos dio tantas cosas buenas, puede que reviva algún día, ya que su muerte en parte se debió al exceso de teatro experimental, interesante, pero que ahuyentó al gran público, y, por otra parte, a la creencia ingenua de los organizadores que podían hacer un festival sin darlo a conocer a través de prensa y otros medios. Entretanto, como soñar no cuesta nada, hice mi propia lista de lo que me gustaría ver en un supuesto festival ideal.
No se trata de escoger las mejores obras, porque como tantas veces he dicho, no creo en esos campeonatos en las artes, pero sí de excelentes piezas que vale la pena ver, y que ojalá fueran presentadas por compañías nacionales o extranjeras.
El tío Vanya, de Chejov, es una obra llena de pesimismo sobre el hombre que después de haber trabajado toda una vida se encuentra abandonado y en el aire, y que es una lección de humanismo, y sería una de las piezas que escogería. Otra es Pigmalión, de Bernard Shaw, que en el fondo es oda a la ingratitud. Pirandello debería estar representado por sus Seis personajes en busca de autor, donde el nobel italiano mostró los efectos de la pérdida de personalidad, o tal vez esa obra maestra que es Enrique IV, sobre una forma de vivir en mundo propio. Shakespeare tiene tanta maravilla, pero me gustaría ver otra vez El rey Lear, para mí, la culminación de su genio.
Hay dos obras satíricas francesas, una de Jules Romain llamada Dr. Knock o el triunfo de la medicina, donde el protagonista demuestra que no hay personas sanas, sino enfermas que no saben que lo están, y la otra de Marcel Pagnol, particularmente oportuna, Topaze, sobre cómo se forman los corruptos. Y si se habla de franceses están El misántropo, de Molière, otra obra maestra que podría complementarse con Cyrano de Bergerac, de Rostand.
El teatro español podría estar representado por El alcalde de Zalamea, La dama duende y El perro del hortelano, entre los clásicos, o Los intereses creados, de Benavente, quizá la única pieza del nobel que aún tiene vigencia. Añadiría La muerte de un viajante, Madre coraje, de Brecht, El inspector, de Gogol, una de las culminaciones del teatro, y quizá la siempre fresca La importancia de llamarse Ernesto, de Wilde, para hacer un festival de primera categoría.
Se agregarían ahora sí obras experimentales y necesariamente colombianas para redondear todo en ese festival ideal que quién sabe si alguna vez se hará.