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El Arte y La Cultura.
El neologismo “eurotrash”, que se podría traducir como basura europea, no lo inventé yo. Así llaman a esos montajes operáticos donde el director escénico se las arregla para destruir cualquier concepto que libretistas y músicos hayan considerado como centrales en su obra. Voces más compasivas bautizan esa tendencia como teatro de director escénico, donde las ideas de este son las que prevalecen sobre lo que deseaban los creadores de la ópera. Aquí ya hemos visto ejemplos de esa idea de que el que la monta sabe más de la obra que quienes la crearon, con resultados muchas veces lamentables.
Esto se trae a cuento porque acaba de morir quien es considerado el creador de esa tendencia, el director escénico alemán Hans Neuenfels, cuyos montajes siempre causaban controversia. Por ejemplo en Bayreuth montó Lohengrin con el coro disfrazado de ratas de laboratorio. Los islamistas amenazaron atacar su producción de Idomeneo porque en una escena un soldado entraba llevando las cabezas de Jesús, Neptuno, Buda y Mahoma. Una soprano en Cosí fan tutte tenía que cantar su aria arrastrando a dos hombres encadenados como si fueran perros. En Aida imaginó a la protagonista como la señora del aseo, lo que justificaba diciendo que en últimas ella era una esclava y eso es lo que hacen las esclavas. Muchos cantantes se quejaban de que, por buscar efectos escénicos, se distraía del canto y de la acción, pero eso aparentemente no les importa a estos directores.
El director Neuenfels, desde luego, no solo tenía detractores sino también defensores que afirmaban con él que los artistas tienen el derecho de interpretar las obras como les parezca, mientras que sus críticos decían que estaba destrozando creaciones de grandes músicos con esas caprichosas invenciones. De hecho, un crítico llegó a escribir que “Neuenfels debía escribir sus propias putas óperas y dejar a los compositores en paz”.
Hay un punto medio donde el director escénico puede hacer algunas transformaciones, pero sin apartarse del argumento básico y algunos registas han tomado ese camino con resultados interesantes. Pero hay otros que son absolutamente radicales y consideran que su misión es corregir a quienes crearon la obra y que si el libreto dice una cosa ellos deben hacer lo contrario. Con eso logran éxitos de público, pero traicionan conceptos fundamentales, uno de los cuales es el respeto que debe tener el intérprete por el creador. El epitafio que merece Hans Neuenfels sería que es una lástima que su evidente talento fuera malgastado en tergiversar las creaciones de genios.
