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En una columna publicada en otro periódico, el autor insiste en una falsedad histórica. En efecto, menciona que está sucediendo lo que pasó en la antigua Roma cuando Nerón tocaba el violín mientras la ciudad ardía. Eso, desde luego, no fue así. Por un lado, en los tiempos de Nerón el violín aún no había sido inventado, de modo que, si algún instrumento tocaba, probablemente era la lira. Lo malo es que los historiadores han comprobado que, durante el incendio de Roma, el emperador estaba en un sitio de descanso (un spa, se diría hoy) a unos 50 kilómetros de distancia.
Esta es una más de las tergiversaciones históricas comunes. No digamos nada de los famosos tres reyes magos, a los que tanto se alude, que según las narraciones bíblicas no eran tres, ni eran reyes, ni eran magos, ya que san Mateo, el único que menciona algo parecido, habla de unos sabios de Oriente que visitaron al recién nacido. De hecho, los nombres de Melchor, Baltasar y Gaspar que les atribuyen no tienen ningún respaldo bíblico y fueron inventados siglos después.
Se apoda con frecuencia al gran Cervantes como el Manco de Lepanto, y eso hace pensar en un pobre escritor al que le falta una mano. Lo cierto es que Cervantes salió ileso de la mencionada batalla, con los dos brazos completos, aunque es cierto que quedó con una herida que le inutilizó una mano. Ya que de España se habla, otra falacia histórica es afirmar que la reina Isabel la Católica, en vista de que nadie quería ayudar a Colón, empeñó sus joyas para financiar los viajes del descubridor. Esa leyenda la originó el hijo de Colón, probablemente por no querer reconocer que fueron cortesanos judíos quienes financiaron la expedición con el fin de ayudar a descubrir una ruta alterna para llegar a Oriente, de donde se importaban las especias necesarias en esa época, cuando no había refrigeración. Las tres famosas carabelas de Colón eran solo dos, ya que carabela era una embarcación ligera y la supuesta Santa María era una nao, mucho más grande que una carabela; pero, de hecho, sus nombres no eran Pinta, Niña ni Santa María, ya que se ha comprobado que sus nombres originales eran otros.
La famosa Guerra de los Cien Años no duró un siglo —como sugiere el nombre—, sino que tuvo lugar entre 1337 y 1453; o sea que debería llamarse la guerra de los 116 años, cuatro meses, tres semanas y cuatro días —que fue su duración exacta—. A Newton no le cayó una manzana para inducirlo a descubrir la existencia de la gravedad, y Lutero no colgó sus famosas tesis en una iglesia, sino que las escribió y las mandó al arzobispo de Maguncia para su consideración. Como las mencionadas, son muchas más las falsedades históricas que existen y deberían ser extirpadas de los libros de historia.
