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Nuevamente Dudamel

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Manuel Drezner
07 de julio de 2016 - 03:00 a. m.
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Ya Dudamel había presentado La consagración de la primavera, de Stravinsky, en el Teatro Santo Domingo, y volvió a hacerlo en el tercero y último de los conciertos que dirigió en su corta temporada de este año al frente de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela, de la cual es director permanente.

Antes, la compañera en el programa había sido una obra de Revueltas, pero en esta ocasión el programa fue íntegramente dedicado a Stravinsky y había comenzado con Petrushka. En ambas obras, Dudamel supo sacar a la orquesta una sonoridad impresionante que explica por qué el maestro ha logrado llegar a la cima de su difícil profesión. Lo mismo sucedió con la sinfonía Turangalila, de Messiaen, que figuró en el primero de los conciertos y que logró que el público se entusiasmara con una obra que definitivamente no es fácil pero que se convirtió en accesible en su  versión maestra. En el segundo de los conciertos había interpretado una obra del venezolano Paul Desenne basada en temas populares, aunque mi impresión fue que el compositor no supo aprovecharlos en forma debida y quedó su pieza como algo que era más un esbozo que algo realmente terminado. También figuró en esta presentación la que es quizá la obra más popular del brasileño Héctor Villa-Lobos, la segunda de sus Bachianas brasileiras, un intento que nadie ha tratado de emular de mezclar las tradiciones barrocas de Bach con música nacional de su país. En el final hubo dos obras de Ravel, la segunda suite de Dafnis y Cloe y La valse, que el músico llamó poema coreográfico. Desde luego son obras interesantes y no incluidas con frecuencia en conciertos sinfónicos, pero uno se pregunta por qué, si Dudamel es un director excelente para armar programas, no aprovechó e hizo un concierto íntegramente latinoamericano que hubiera sido del mayor interés.

De todas formas, una vez más se confirmó que Dudamel es persona de gran carisma, que sabe despertar la simpatía del público, aunque éste misteriosamente pareció entusiasmarse más con los bises de Lucho Bermúdez y el galerón Alma llanera que con las obras básicas del programa. Sabiamente, no hubo bises con la obra de Messiaen, ya que cualquier cosa que se tocara después realmente sobraba. El Teatro Santo Domingo está presentando una programación impresionante, bien pensada, y se ha convertido en uno de los principales puntos focales de la cultura en Bogotá. Este concierto es una confirmación adicional y contribuye en forma eficaz, como ya dije alguna vez, a que Bogotá se acerque a ese utópico mote que le pusieron otrora, de Atenas Suramericana, que únicamente hasta ahora se está acercando a tener base en la realidad...

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