Después de más de un cuarto de siglo que la obra no se vio en los teatros bogotanos, el Teatro Santo Domingo presentó la ópera de Puccini Tosca, en una versión dirigida musicalmente por Andrés Orozco, un colombiano que ha cosechado éxitos en el exterior, y escénicamente por Pedro Salazar, con la participación de la Orquesta Sinfónica de Colombia. Hubo una interesante idea, que fue la de usar dos repartos, uno con cantantes extranjeros y otra con colombianos en su mayoría, y es bueno decir que los criollos no perdieron para nada en la comparación, lo cual confirma lo que he repetido hasta la saciedad sobre los excelentes recursos artísticos que existen en el país. Orozco usó tiempos bien pensados, y aunque en ocasiones dejó que la orquesta tapara a los cantantes, se logró una buena versión de la ópera.
Por el lado escénico, vale la pena hacer algunas anotaciones. Los creadores usan libretos que han sido pensados, discutidos y corregidos, de manera que lo que dice el texto es parte integral de la obra, y sería lógico que quienes la montan se ajustaran a los deseos de quienes crearon la obra de arte. Sin embargo, de unos años a esta parte se ha generalizado la tendencia de que lo que los creadores consideraron fundamental para su ópera lo deben contradecir quienes la montan, como si esa fuera una misión solemne. Salazar ideó algunas extrañas soluciones escénicas que considero que no ayudaron a la interpretación. Por ejemplo, durante el impresionante Te Deum con que culmina el primer acto, aparecieron unos danzarines (¡en una capilla!) que hacían extrañas contorsiones y se proyectaron videos con escenas de vandalismo que nada tienen que ver con la ópera y que hicieron poner en segundo plano la dramática intervención de Scarpia. A lo largo de lo obra se veía una estatua ecuestre que apareció primero completa, después con el caballo sin jinete y, finalmente, con el jinete sin caballo. Seré muy ingenuo, pero hasta el momento no he podido encontrar qué simbolizaba esto. En el final en la obra, tal como la hicieron Puccini y sus libretistas y Sardou, autor del drama original, Tosca se suicida ante la muerte de su amante. Aquí, sin que esto agregara nada, a ella la matan con un balazo. Que el director Salazar conoce bien su oficio se demostró en el segundo acto, donde sí siguió de cerca el libreto y que fue el más exitoso de la representación. Sobraban entonces esos efectos gratuitos en los otros actos que podrán ser espectaculares, pero que en nada ayudan al desarrollo dramático.
En las funciones a las que asistí el público aplaudió a rabiar, de manera que es claro que a la audiencia le gustó, pero uno se pregunta si no le hubiera ido mejor si se hubiera mostrado Tosca tal como la concibió Puccini y no como lo que se vio. A un pianista no se le ocurriría hacer cambios cuando interpreta una sonata de Beethoven, y sería atacado si lo hiciera. No veo por qué un libreto operático merezca menos respeto, pero lamentablemente esa es una tendencia que se ha generalizado y hoy día ver una ópera tal como la concibieron originalmente es la excepción más que la regla.