Muchos amantes del teatro en diversas capitales del mundo están mostrando su preocupación por lo que ellos consideran como un futuro no muy claro para el arte teatral. El trípode clásico que describe lo que es necesario para que el teatro exista está conformado por los autores, el público y los intérpretes, y lo que está sucediendo es que partes de esa terna están fallando. Por un lado, el público se está alejando de manifestaciones teatrales que impliquen algún esfuerzo intelectual y las obras preferidas son usualmente comedias musicales de poco fondo y obras superficiales hechas únicamente para entretener, pero que no proponen ningún desarrollo ni ninguna idea. El resultado de esto es que no están surgiendo figuras nuevas en el teatro que prometan grandes desarrollos en el futuro.
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En la época clásica, dramaturgos como Shakespeare exploraban las intimidades humanas y otros como Molière analizaban los defectos de la sociedad. Lope y Calderón llegaban al público con tesis fuertes que incluso desafiaban las viejas convenciones que ponían a la nobleza en lugar privilegiado. A lo largo de los tiempos esto se fue desarrollando hasta llegar a los Bernard Shaw y los Oscar Wilde, que ponían un espejo irónico frente a una organización social en decadencia. En tiempos más recientes surgieron autores teatrales de envergadura, como Arthur Miller, Tennessee Williams y Harold Pinter, seguidos de otros grandes nombres, como Stoppard e Ionesco. Pero la indiferencia del público a lo que podríamos llamar teatro de ideas ha cortado ese chorro creador y hoy día no son muchos los nuevos dramaturgos importantes que hayan surgido.
Parte de la culpa de esto es lo que se apoda teatro comercial, que es preferido por empresarios que creen así responder a los gustos del público sin darse cuenta del daño que están haciendo al futuro del teatro. Para poner un ejemplo cercano a nosotros está el Teatro Nacional, que en las épocas de su fundadora, Fanny Mikey, alternaba obras comerciales con grandes clásicos del teatro. Desde que ella se fue el repertorio se ha basado en farsas inconsecuentes, de éxito, pero de poco valor intelectual.
Esto infortunadamente se está repitiendo en todo el mundo y son muchos los que temen que, al no fomentar el surgimiento de nuevos dramaturgos de consecuencia, el futuro del teatro es brumoso y un arte que está basado en los grande genios del pasado, sin nuevos creadores, es un arte que a larga tendrá problemas para subsistir.